jueves, 2 de julio de 2009

¿No había gatos en Hamelin?


Definitivamente los tiempos han cambiado, cuando era niño había que escuchar los cuentos de una persona mayor que o bien te los contaba, o bien te los leía de un libro; ahora, mi pequeña Sofía se sienta frente a la computadora, introduce un disco compacto y de pronto en la pantalla aparecen las imágenes y el audio de un cuento; ella me pide que la acompañe mientras ve y escucha el cuento varias veces.

Hace varios días que está encantada con el cuento “El Flautista de Hamelin”, lo ha leído, mejor dicho, lo ha escuchado y visto varias veces en la computadora; ella siente especial atracción por la tonada de la flauta que acompaña el audio de voz y las imágines; no sé exactamente lo que perciba del cuento, pero surgen muchas preguntas que no tarda en plantearme.

Como quiera que en Hamelin apareció una sobrepoblación de ratones que pusieron de vuelta y media a sus pobladores, y considerando que Sofía ha visto en varios dibujos animados a Jerry (gato) en persecución implacable y permanente al pobre de Tom (ratón), que grafican esa secular enemistad entre los gatos y los ratones sólo capaz de cesar por la intervención de nuestro Fray Martín, era natural que Sofía me pregunte, así de frente y sin preámbulos: “¿no había gatos en Hamelin?” y la pregunta es lógica, pues si los hubiese habido de seguro los ratones no hubiesen inundado Hamelin, - habrá pensado así Sofía.

Pero lo que llamó también la atención de Sofía y de manera más preocupante, fue el incumplimiento y las consecuencias del mismo que se dejan ver en el cuento. Papi ¿por qué el flautista se llevó a los niños? y la respuesta indirectamente se la da ella misma pero con otra pregunta, papi ¿Por qué el Alcalde no le pagó al Flautista?

Bueno, vamos por partes, como diría el inubicable Jack; pienso en cómo responder y no hallo mejor manera de hacerlo que buscando al profesor de derecho de obligaciones que soy para decirle a Sofía, en los términos más simples posibles las razones que llevaron al pueblo de Hamelin a incumplir su obligación con el Flautista.

Esta vez – pienso – antes de contestarle a Sofía que tanto la gente de Hamelin como su Alcalde se merecían mutuamente, porque en conjunto fueron quienes decidieron no pagar al Flautista y eso de que cada pueblo tiene el gobernante que se merece y que cada gobernante tiene el pueblo correspondiente ya no sólo es cuento sino una triste realidad y a veces hasta por triplicado ¿no coterráneos?

La invasión de ratones en Hamelin hicieron que su pobladores ya no pudiesen vivir tranquila, entonces surgió la necesidad de hacer algo al respecto y por eso se acudió a la autoridad del Alcalde para solucionar el problema, fue cuando alguien que conocía al Flautista sugirió contratarlo, y a cambio de un pago de dinero por sus servicios, asumió la obligación de llevarse a todos los ratones hacia el río para que se ahoguen, propósito que cumplió con la legítima expectativa de lograr el pago por sus servicios. Eso, Sofía, hoy en día se conoce como un contrato de locación de servicios.

Pero sucedió que una vez liberado el pueblo de Hamelin de la plaga de los ratones, luego del festejo y con el mal liderazgo de su Alcalde decidieron no pagar el servicio cumplido por el Flautista y, lo peor de todo, es que minimizaron el esfuerzo de éste. Entonces, Sofia, tanto el pueblo de Hamelin como su Alcalde incumplieron su obligación; algo así como no hacer la tarea y que comúnmente se conoce como la cultura del perro muerto.

Pienso ¿cuántos deudores hay en nuestra sociedad que no sólo no pagan por el servicio que se les ha prestado, sino que además tienden a minimizar el servicio mismo e incluso menospreciar a su acreedor y el servicio o trabajo prestado, originando tantos juicios en vano?.

Sofía, así como tú te preguntas si había gatos en Hamelin, yo me pregunto “¿no había jueces en Hamelin a los que el Flautista podía acudir para demandar el pago por su servicio? y si los había ¿esos jueces serían imparciales?”; será por eso que el flautista, que de seguro no era de Hamelin, no halló mejor manera que procurarse justicia por mano propia; entonces, tomó su flauta, la empezó a tocar y mientras el pueblo estuvo ocupado, se llevó encantados a todos los niños de Hamelin y ellos nunca más volvieron a sus hogares y dejaron sumidas a sus familias en la peor de las tristezas y el pueblo recriminó al Alcalde por el incumplimiento y se armó la del gran bonetón. El pueblo de Hamelin pagó caro su incumplimiento, pero de seguro cambiaron al Alcalde, si es que no lo lincharon, pues lo que dice el cuento es que lo amenazaron con el ostracismo. Alguien tenía que pagar el plato ¿no?

Creo que los niños de ahora no son como los de antes, pienso que si bien pueden interesarse en los viejos cuentos de historias simples, debe emplearse un buen tiempo en razonarlos y hacer girar preguntas en torno a la historia, sólo así cada cuento rejuvenecerá en cada niño que cada vez es más despierto que el anterior, ¿no Sofía?.

Sí Sofía, en Hamelin no había ni gatos que exterminen ratones, ni jueces que hagan justicia, pero lo que sí había en ese tiempo del cuento y en la realidad de nuestro tiempo, es el incumplimiento de las obligaciones, sino, preguntémosle a Caín o a los hermanos de José; esas conductas, Sofía, no son cuento pero quédate tranquila que a ti no te llevará el Flautista.

miércoles, 24 de junio de 2009

Noticias por el día del padre


Hace más de una semana, un viernes antes del día del padre, Sofía mi pequeña hija de 4 años me entregó un porta lapiceros y una tarjeta por el día del padre; luego estuvimos comentando algunos cuentos que ella iba viendo en un libro, así ingresaron a nuestra conversación los tres chanchitos, el pastor mentiroso y, cuando no, el patito feo; en realidad ya le hemos dado varias vueltas a esos cuentos, pero en el Flautista de Hamelín nos detenemos un poco porque hay temas nuevos para ella.
Sofía se pone a revisar las figuras de un libro; yo enciendo mi computadora personal y reviso unas noticias en internet[1]: “Tres niñas viven gracias a la donación de parte del hígado de sus padres” y “Queman a una niña durante un ritual vudú en EE.UU.”; Sofía me dice que tiene sueño, suspendo la computadora, llevo a mi hija al dormitorio, la visto para dormir, le doy su leche y luego me dice pichi pichi, la llevo al baño y luego de atenderla me mira cara a cara porque me arrodille ante ella para arreglarle su ropita y me lanza una frase maravillosa “eres el mejor papa del mundo”, me limpio la baba, y ayudo a Sofía a lavarse los dientes, la acuesto en su cama, la beso, la arropo y vuelvo a mi computadora y, cuando no, a la realidad.
“Tres niñas viven gracias a la donación de parte del hígado de sus padres”, la noticia dice que “Los trasplantes se realizaron en el hospital Guillermo Almenara. Las pequeñas y sus progenitores desarrollan con normalidad sus vidas tras las intervenciones”. “Reachell Quiñones, de ocho meses de edad, recibió dos segmentos del hígado de su padre, (América TV). Este domingo será especial para tres padres que no dudaron en donar parte de sus hígados para salvar a sus hijas de un fatal desenlace. Roberto Diez no dudó en donar dos segmentos de su hígado a su hija Daniela cuando tenía dos años de edad. Ella sufría de cirrosis en las vías biliares y fue intervenida el 18 de mayo del 2003. Ella hoy tiene ocho años, cursa el segundo grado de primaria y lleva una vida normal. El mismo final feliz tuvo Cinthia Yaranga Taipe, de tres años. Hace un año le diagnosticaron cirrosis hepática y un tumor maligno. Esta noticia devastó a su papá Néstor, pues su primera hija había fallecido del mismo mal. Sin embargo, la esperanza volvió a su vida al enterarse que que era el donante indicado y se puso en manos del equipo de médicos del hospital Guillermo Almenara, en un maratónico procedimiento que comenzó a las 10 de la mañana del domingo 25 de mayo del 2008 y culminó el lunes, 16 horas después. Reachell Quiñones Núñez, una bebé de ocho meses, fue recientemente intervenida. A los dos meses de nacida se le detectó cirrosis hepática en estado terminal. Pero hace un mes, las pruebas de compatibilidad determinaron que su padre Jaime Quiñones, un electricista de 26 años, iba a ser su salvador donándole dos segmentos de su hígado. “Doy gracias a Dios y a los doctores que asumieron el reto de operarla a pesar de su peso y su corta edad”, manifestó un emocionado padre que este domingo 21 vivirá sin duda un feliz Día del Padre.”
“Queman a una niña durante un ritual vudú en EE.UU.” Leo la noticia que dice que “La niña, de seis años, fue rociada con combustible por su madre y su abuela. Aunque niegan los hechos, podrían ir hasta 25 y 7 años a la cárcel, respectivamente. Una madre y una abuela, ambas residentes en Nueva York, fueron acusadas de prenderle fuego a una niña de seis años, durante la práctica de un ritual vudú. Luego de ser retenida durante toda una noche dentro de la casa de las denunciadas, fue otro familiar quien tuvo que convencerlas de llevar a la pequeña Frantzcia Saintil a un hospital. Ahí se reveló que sufrió secuelas emocionales y físicas como quemaduras en el 25 por ciento de su cuerpo, ya que la hicieron arder luego de rociarla con combustible. “Durante el desarrollo de una práctica de vudú haitiana, la madre de la niña es acusada de haber vertido intencionalmente un acelerador (de combustión) sobre el cuerpo de su joven hija, provocando que se viera envuelta en llamas”, indicó a través de un comunicado Richard Brown, ministro de Justicia del distrito de Queens, quien incluso afirmó que habría una filmación del hecho. Marié Lauradin, la madre, de nacionalidad haitiana y de 29 años de edad, negó las acusaciones, pero de ser hallada culpable podría ser sentenciada a una pena de 25 años de cárcel como máximo. Sin embargo el juez ya le impuso una fianza de 50 mil dólares. Mientras que la abuela, de 70 años, sería condenada máximo a 7 años. Ambas son acusadas de agredir y poner en peligro el bienestar de la niña.”
Tres padres que han donado parte de su ser físico para prolongar la vida de sus hijas en un 100%; una madre y una abuela que quemaron a una niña de 6 años en un 25% de su cuerpo. Qué tal paradoja ¿no?. Tres niñas que podrán escuchar los cuentos que sus padres les cuenten, tres niñas que podrán saber que sus padres son unos héroes; una niña que ya no creerá en ningún cuento y que tendrá la seguridad de que la figura paterna le es ajena y que no estuvo allí cuando había que protegerla. Tres niñas que llevarán toda su vida, de manera indeleble el amor de sus padres; una niña que llevará toda su vida, de manera indeleble, las cicatrices de la ausencia de la protección paterna.
Dejo de escribir este artículo, apago mi computadora y voy donde Sofía para asegurarme que no se haya destapado…
Es lunes 22 de junio, un día después del día del padre, leo noticias en mi computadora personal y me entero que el 20 de junio, el mismo día que Sofía me abrazaba un viernes antes del día del padre, una mujer de 26 años ha caído mal herida en una calle de Teherán al ser impactada por una bala perdida, ella se llamaba Neda Agha Soltan, murió en pocos minutos cuando la bala que le había impactado en el pecho le arrancó la vida, todo ello en presencia de su maestro de música.
Hoy, a una semana del día del padre, el padre del oficial de la Policía Felipe Bazán Solez, aún lo continua buscando en Bagua, no creo que exista un dolor más grande que el sentir a un hijo muerto sin ni siquiera saber que ha muerto realmente, dejando el resquicio de una esperanza tenue de encontrarlo vivo y carcomiendo la propia vida. En la angustia de este padre estará reflejada siempre la ausencia infinita que cada padre siente cuando la muerte nos sustrae un hijo.
Bueno, el ser padre implica la construcción diaria de una relación con un hijo; a un hijo lo vamos educando e instruyendo para ser bueno y coherente, lo que implica un respeto pleno de su libertad, sobre todo su libertad de elegir y elegir bien; el mundo cada vez más es un cambalache, de manera que enseñarle a un hijo a distinguir el bien del mal y a tomar decisiones lo más justas posibles es ya un buen comienzo, pero esa es una misión difícil, pues el cimiento es el ejemplo de la propia vida.

[1] Fuente: Perú21, edición viernes 19 de junio de 2008.

viernes, 19 de junio de 2009

Bagua


Estuve viendo lo que sucedió en Bagua, en mi país, en mi selva; los cuerpos de peruanos muertos, no me interesa sin son policías o nativos, son peruanos y nadie me diga más; soy un peruano jugando a la vida en mi Patria y en mi camiseta de peruano ya estoy cansado de llevar cintas negras de luto desde antes que empezará a jugar el partido por mi Patria.

Esas fotos y videos de cuerpos inertes, ensangrentados me traen a la memoria una ya vieja canción de Silvio Rodríguez y para no fallar en la cita entró a la internet y busco las letras de esa canción llamada “Sueño de una noche de verano”, disculpa Silvio por entrometerte en un problema de mi casa, pero antes que ser ajena en ella hay humanos muertos en su jardín; muevo el mouse e ingreso a escucharla: “Si pienso que fui hecho para soñar el sol y para decir cosas que despierten amor, ¿cómo es posible, entonces, que duerma entre saltos de angustia y horror? En mi sábana blanca vertieron hollín, han echado basura en mi verde jardín. Si capturo al culpable de tanto desastre, lo va a lamentar.”

¿Quién lo va a lamentar?, ¿se sabrá en algún momento la verdad sobre lo sucedido?, es aquí donde recuerdo lo que dijo Abraham Lincoln y que tiene una vigencia increíble en distintos espacios y tiempos, sobre todo cuando se habla de información oficial y extraoficial: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

La selva peruana es el hábitat de muchos pueblos nativos e indígenas que han creado desde tiempos inmemoriales su propia cultura, una cultura cuyo escenario es la naturaleza con la que han ido interactuando y creando su comprensión de la vida y de la muerte; la tierra de sus territorios es el origen de todo cuanto ellos conocen, no sé si sea tan difícil comprender que en nuestra patria, en nuestro terreno patrio, hay peruanos como nosotros que consideran que viven, no en otro país, pero sí dentro de un territorio que les pertenece y que debemos aprender a respetar porque no es cualquier territorio, sino uno muy delicado y su equilibrio ecológico es muy frágil.

Alguna vez leí a Haya de la Torre que explicaba como el desarrollo de la historia en Europa había sido lineal, es decir, preclusivo en sus etapas de primitivismo, esclavismo, feudalismo y capitalismo; frente a la realidad del desarrollo de la historia en el espacio que él llamaba con un nombre que siempre he considerado creativo: Indoamérica, y que hoy conocemos como Latinoamérica, en la que viajando, por ejemplo, de la costa a la selva peruana uno podía encontrar los distintos estadios de la historia en función de la que Marx y Engels habían construido su doctrina que en resumen explicaba como uno de esos estadios había engendrado al subsiguiente, pero en un espacio y tiempo distinto al nuestro: Europa.

En el Perú no hay, no ha habido un propio desarrollo económico que le haya permitido llegar al estadio capitalista en el que podamos ver superadas las etapas anteriores, eso nunca ya será posible, es más, siempre hemos vivido bajo la sombra del imperialismo y eso se ha agudizado con el tema de la globalización en la que además hemos perdido identidad y en la que el gobierno ha dejado de lado, creo, lo que Haya de la Torre decía sobre la ambivalencia del imperialismo y la necesidad de saber negociar con él a través de lo que consideraba debía ser un Estado Antiimperialista, pero todo eso son principios y éstos son difíciles de mantener en la praxis política, sobre todo cuando se gobierna y éstos se olvidan. Al respecto recuerdo lo que sobre los principios dijo Groucho Marx: “Señor, estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”

Si el Perú busca prosperidad, esta no puede estar en un lugar o en un tiempo en el que hayamos olvidado a las minorías y lo que ellas culturalmente representan, sobre todo si en el territorio en el que viven, como dice la canción de Silvio, han echado basura, basura que el Estado no ha impuesto a los inversionistas que no la boten y no contaminen la tierra y los ríos de los que, si acaso no lo saben, viene la vida.

Bertrand Russell explicaba: “El principio de la democracia liberal, que inspiró a los fundadores de la Constitución americana, fue que las controversias se decidieran mediante la discusión, no por la fuerza. Los liberales han sostenido siempre que las opiniones deben formarse en base a un debate libre, no permitiendo que sólo se oiga a uno de los lados. Los gobiernos tiránicos, tanto antiguos como modernos, han sostenido el criterio contrario. Por mi parte, no veo razón para abandonar la tradición liberal en esta materia. Si yo ostentase el poder, no trataría de evitar que se oyese a mis contrarios. Trataría de proporcionar iguales facilidades a todas las opiniones, y dejaría el resultado a las consecuencias de la discusión y el debate”.

Hace unos años el gobierno, no este, pretendió privatizar las empresas eléctricas de Arequipa y todos pudimos ver como esa ciudad se convirtió en una trinchera y algunos ministros estuvieron en problemas; ese patrimonio empresarial a la fecha no se ha privatizado. ¿Cuál es la razón por la que ahora, cuando una población que no vive precisamente en la ciudad blanca, sino en la selva peruana, se opone a una legislación que consideran es una patente de corso para la inversión en lo que muchos ya ven como el último pulmón de la humanidad, no sea igualmente respetada? o es que los habitantes de la selva son ciudadanos, como ha sugerido alguien, de un nivel o categoría inferiores.

Parece que aún no hemos comprendido que el Perú es también el ande y la selva y que también son peruanos los andinos como los selváticos, así como peruanos son su forma de vivir, morir y comprender su tierra y su cielo. Es el tiempo de comprender al Perú, de valorarlo en su dimensión histórica y humana, de hacerlo respetar en todos y cada uno de sus habitantes y en ese escenario no tienen espacio aquellos inescrupulosos, vengan de donde vengan, que cuando se trata de vender a su madre sólo se preocupan de discutir el precio.

sábado, 13 de junio de 2009

Payaso… me das un globo

Tengo tres hijos, Javier de 19 años, Franco de 15 y Sofía de 4, con autoridad puedo decir que he visto evolucionar las celebraciones de los cumpleaños de los niños; al principio, generalmente eran en casa, ahora, cada vez más se hacen en locales alquilados; hace un tiempo, en las mesas se ubicaban las tortas decoradas con algún motivo de gusto del niño, rodeadas de platitos con golosinas y galletas, allí estaban, además, adornadas con pocillos llenos de mazamorra, gelatina, flan o crema volteada y, cuando no, el infaltable pop corn; las mesas eran intangibles hasta el momento de cantar el happy birthday y soplar la vela, luego de lo cual se iban volteando los platillos a bolsitas para así entregarlas a cada niño, ahora, en cambio, las mesas son destrozadas desde el saque, las gelatinas, las mazamorras, las galletas son consumidas antes de cantar el happy y cuando llega ese momento, la mesa ya es un desastre.

Hubo un tiempo en el que estuvo de moda, seguramente propiciada por los fabricantes de globos, la utilización exagerada de estos, con ellos y con la ayuda de infladores, sedal y silicona, cuando no, se hacían arcos, mariposas, flores, muñecos, animales etc., esa como muchas otras modas ya no están tan fuertemente presentes en los cumpleaños de hoy.

Los gorritos hechos con cartulina, papel lustre, crepé o de aluminio, con ligas gomas y grapas, han sido reemplazados por los de esponja, ya no hay más gorritos tipo quepis, de brujas con estrellas y luna, ni los gorritos de enfermera con cruz roja y todo, ni los tipo hindú o turcos. La piñatas que otrora aguantaban golpe tras golpe, han sido reemplazas por otras que ya se están rompiendo antes de ser puestas; lo que sí no ha cambiado es que los papás y algunas veces los hermanos mayores o las empleadas se arrojan al igual que los niños para tratar de coger la mayor cantidad de plástico, mejor dicho, juguetes y caramelos.

Un personaje central en los cumpleaños es el o los payasos que son contratados por los padres del niño cumpleañero, en muchos casos me atrevería a decir que los padres no cuidan de establecer que es lo que puede o no hacer el payaso durante el cumpleaños, o al menos no planifican el desarrollo de la fiesta, pues en muchos casos no pueden esconder su asombro al verse sumidos en cada actitud ridícula de la que ya no pueden huir frente a los invitados. En resumen, el payaso tiene patente de corso.

He visto a niños horrorizados cuando el payaso aparecía de pronto y con su voz estridente saludaba a los niños que de pronto lo habían visto aparecer de la nada, niños que no se recuperaban del susto durante la fiesta prendidos del cuello de sus madres o padres, si tenían la suerte de estar acompañados por los dos; también he visto niños recios que se tornaban en una tortura para los payasos, les movían sus cosas, les jalaban la ropa y los molestaban constantemente. En algunos casos, los payasos, conscientes del ambivalente efecto de su presencia, optaron por maquillarse delante de los niños para que estos vean con lentitud su metamorfosis y así el miedo se limitase a menos niños, aunque siempre había quienes se resistían a su presencia.

Es increíble el nivel de sumisión de los adultos a la dictadura del payaso que dirige el cumpleaños como mejor le parece, en realidad, es el dueño de la fiesta y él dispone todo lo que debe hacerse, él decide cuándo se canta el cumpleaños feliz, cuando se sopla la vela, cuando hablan los padres, ordena que el niño muerda la torta (que horrible costumbre) y encima ordena que también la muerdan los padres, él dispone cuando se rompe la piñata y, finalmente, a qué hora se entregan las sorpresas para poner punto final a la fiesta.

He visto payasos graciosos y que realmente hacen bien su trabajo, el de distraer y divertir a los niños, haciéndolos reír, bailar y jugar; pero también he visto a los vulgares, disonantes y patéticos, que creo eran aquellos que se habían infiltrado de la plazuela a las salas de sábado por la tarde y entre niños; he visto cuando algunos payasos, con voluntad o no, ridiculizan a los pobres padres que tienen que exponerse a hacer cosas que muchas veces no quieren hacer; aquellos que piden que los niños traigan cosas que sus padres pueden o no tener a cambio de un premio y también aquellos que hacen bailar a los niños con sus progenitores, el problema se presenta cuando las niñas tienen que bailar con sus madres pues los padres brillan por su ausencia, o cuando en una demostración de falta de tiempo los niños van acompañados por las empleadas.

No tengo absolutamente nada en contra de los payasos, es más, es un oficio noble por el fin de su labor, pero por ello mismo debieran ser buenos en el desempeño de la responsabilidad de lograr sonrisas, aplausos y cariño. Un payaso contratado para una fiesta infantil de cumpleaños debiera concentrarse en los niños, jugar con ellos, cantar, hacer trucos, presentar títeres, hacerlos participar activamente; pero resulta de pésimo gusto, al menos para mí, que llamen a los padres para hacer payasadas y en algunos de manera forzada, pues como están los niños de por medio, ni modo, hay que cantar, bailar, hacer ejercicios y escenas ridículas, es decir, voluntariamente obligados.

Acabo de recordar que hace tiempo leí un libro llamado “Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll puede ser que yo, que soy un payaso aficionado, pueda explicar estas líneas pensando como Hans Schnnier quien es el payaso de Böll “Yo creo que nadie en el mundo comprende a un payaso, ni siquiera otro payaso, porque siempre entran en juego la envidia o la rivalidad” pero, francamente, cuando en esas fiestas infantiles escucho que se aplaude al payaso luego de una de sus gracias recuerdo lo que también Böll le hace decir a Hans Schnnier, su personaje, “donde los aplausos fueron tan tenues que oí el sonido de mi decadencia”.

Todos en algún momento hemos hecho payasadas, yo al menos lo confieso, y con intención o no hemos hecho reir a la gente que nos rodea y en otros momento seguramente hemos caído espesos, pero que, voluntariamente o no, hacemos payasadas en nuestra vida es un hecho.

Hace un año se hizo en la Corte Superior de Justicia del Cusco, en la que soy Juez, una actividad para hacer conocer a nuestros hijos la labor que desarrollamos y el lugar donde trabajamos; si bien al principio dude, pero luego no vi mejor manera de recibir a los niños entre globos y poniéndome una nariz roja de payaso junto a mis compañeros de trabajo, así, escondiéndome en una apariencia de payaso explique algo serio a los niños: pórtense bien, obedezcan a vuestros padres, no mientan… al final de mi improvisada actuación, un niño de unos 4 ó 5 años me jaló el saco y me dijo, señalando a los globos que tenía en la mano: “¡¡¡payaso!!! ¿me das un globo?, me sentí inmensamente feliz de haber logrado esconder al adulto y al magistrado y ser por un momento, por un instante, al menos, un payaso; en ese momento recordé una última frase de Hans Schnnier “Un profesional pasa inadvertido entre aficionados.”

sábado, 14 de marzo de 2009

"Sofía, hubo una vez …"


La memoria es un almacén de recuerdos en nuestro cerebro, y éstos no son sino aquellos hechos que hemos vivido y que quedan registrados en nosotros de una manera indeleble y más intensa si el hecho nos impresiona particularmente. La memoria también almacena hechos, que si bien no hemos vivido, han llegado a ella mediante la información, sean éstos pasados o presentes, inmediatos o mediatos.
Los peruanos, que al año 1980 tenían más de cinco años y al 2000 más o menos la misma edad recuerdan lo que hizo Sendero Luminoso, aunque no lo que era; aquellos peruanos excluidos de ese grupo deben ser informados de lo que fue dicho grupo terrorista y, principalmente, de lo que hizo; pero la obligación de todos los peruanos es almacenar en nuestra memoria lo que fue Sendero Luminoso, lo que hizo y, además, la forma de cómo se le combatió, en ambos casos, de la forma más objetiva para extraer conclusiones certeras y válidas. Sofía, hubo una vez en el Perú…
Cuando un hecho queda registrado en nuestra memoria, sea este un hecho que hemos vivido o uno del que nos hemos informado, pasado o presente, inmediato o mediato a nuestro espacio – tiempo, éste hecho será difícil de olvidar. Mi tiempo no fue el de Cristo, el de Gandhi, el de Luther King, pero recuerdo lo que hicieron a través de la información que me dieron sobre ellos. Sofía, hubo una vez en el Mundo…
Los museos, si reparamos en ellos, son un instrumento de ayuda a nuestra memoria colectiva y están allí para recordarnos que alguna vez existieron y sucedieron personas y hechos, buenos o malos; en Israel, por ejemplo, existe el museo Yad Vashem en memoria del holocausto, construido en un área de 4,200 metros cuadrados y en su inauguración Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz y sobreviviente del campo de exterminio Auschwitz, expresó “no intentamos contar la historia para que la gente llore, porque no queremos piedad, decidimos contar la historia para que el mundo sea mejor, para que aprenda y recuerde". Sofía hubo una vez en el mundo un magnicidio de judíos asesinados en nombre de una ideología demencial… hubo también una muchacha llamada Ana Frank… y un hombre llamado Oskar Schindler que, siendo alemán y nazi está enterrado en Israel… ¿por qué?, pero también !!!hay¡¡¡ Sofía, un obispo católico llamado Richard Williamson que niega la existencia del holocausto. Sofía, hubo una vez…
Por eso hubiese sido bueno un museo que nos recuerde lo que ocurrió aquí en tu Perú, en la década del 80, no vaya a ser, Sofía, que cuando seas adolescente venga un trasnochado y te diga en clase que no existió Sendero Luminoso, que Abimael Guzmán fue un prócer, que el grupo Colina era un grupo de rock, y otro trasnochado te diga que Arica siempre fue chilena o que Patricio Lynch fue leyenda como Will Smith nada más.
La memoria y lo que ella tenga almacenado nos acompañará siempre durante toda nuestra vida. Borges dijo de ella: “Sólo una cosa no hay, es el olvido. Dios, que salva el metal, salva la escoria y cifra en su profética memoria las lunas que serán y las que han sido (Everness, en “El otro, el mismo”).
La única forma de liberarse de la memoria personal, de la memoria del individuo, la de uno mismo es la muerte o la pérdida de razón. Sobre estas afirmaciones puedo citar a García Márquez que por ser un Nóbel algo debe saber: “Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños (…), se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro” (El amor en los tiempos del cólera) “Fernando tenía entonces veintiséis años, y había de vivir hasta los ochenta y ocho sin escribir nada más que unas cuantas páginas descosidas, porque el destino le deparó la inmensa fortuna de perder la memoria” (El general en su laberinto).
Como vez, Sofía, si acaso la memoria no nos abandona antes de expirar, será ella la que te permitirá recordar, como dice una canción de los Kjarkas, “el olor a la tierra mojada…”
Sofía, había una vez… una campanilla revoloteando la cabeza de Peter Pan en el país del nunca jamás; una princesa llamada Aurora que se hincó el dedo y durmió hasta que vino su príncipe; una hermana escondida por sus hermanastras a quien le calzó un zapatito de cristal; una bella joven llamada Blancanieves que su belleza la condenó a un maleficio hasta que, como no podía ser de otro modo, le besó un hombre valiente; una valerosa joven llamada Mulán que se cortó el cabello, para parecer hombre e ir a combate en lugar de su padre. Sofía, había una vez…
Sofía, hubo una vez… unas culturas pre incas impresionantes y una gran civilización Inca que hizo lo que aún no comprendes en Sacayhauman, en Ollantaybambo, en Pisaq y en Machupicchu, a cuya nación andina perteneces; una conquista, un virreinato, una colonia y una república que nació en la costa y que le ha generado un cicatriz enorme a nuestra nación; una guerra con Chile que, además de habernos hecho perder territorio, dejó en claro que nuestros enemigos reales somos nosotros mismos; una democracia débil que dio lugar a varios militarismos, a un grupo terrorista llamado Sendero Luminoso y uno – dizque – guerrillero llamado Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, que juntos nos hicieron sangrar como pueblo, sin distinguir a los chicos buenos de los malos. Sofía, hubo una vez…
Sofía, eres una niña de cuatro años, la hija de una pareja base cuarenta – como se dice ahora –, estás siendo educada como cuzqueña, andina y peruana, me encargaré de almacenar en tu memoria la suficiente información para que seas una buena persona, una mujer, culta, independiente, amante de la vida y la libertad, pero sobre todo para que tú tengas tus propias ideas, pensamientos y conclusiones, jamás pondré en ti alguna idea sea ideológica, doctrinaria o política mías, nunca te pondré – como no lo hice con tus hermanos – un traje militar, de un equipo deportivo determinado o de una marca comercial que signe tu existencia como ciudadana del consumismo que te despersonalice.
Tú vivirás en el tiempo de la gran capacidad de almacenamiento de la información, pero como toda ella no cabrá en tu memoria, ni en la memoria artificial de tu computadora personal, deberás aprender a desarrollar una herramienta que te permita saber seleccionar dicha información, procesándola y razonándola para hacerte de la esencial; no sé si llevarás una agenda, ni si utilizarás los post it y los cuadernos, pero en tu corazón deberá estar anotada la vida, la libertad y la paz - no olvides la capacidad de indignación -, a las que deberás atender las veinticuatro horas del día en función de lo que imprescindiblemente esté grabado en tu memoria sobre esas amigas eternas.
No sé qué experiencias te tocaran vivir mientras vivamos tus padres, ni imagino aquellas que tendrás que afrontar en tu propio espacio y tiempo, cuando ya no estemos, pero, en todo caso recuerda lo que dijo Viktor Frankl, otro sobreviviente del holocausto y un gran siquiatra de la talla de Freud y Adler, que frente al dolor que nos puede causar una injusticia “Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”, pero para ello, Sofía, para asumir una actitud, tú actitud, deberás recordar, necesariamente, que “hubo una vez…” y no que “había una vez…”

sábado, 17 de enero de 2009

El rey calato

Sentarse con un niño o una niña de cuatro años, que aún no conoce, por ejemplo, qué es quemarse, o un imán o un cuento, es una experiencia apasionante; yo he tenido, por triplicado esa experiencia, es decir, tengo tres hijos que fueron conociendo, ante mi asombro, hechos o cosas de la vida. En esta navidad, Sofía, mi hija de cuatro años, ha conocido lo que es quemarse y lo aprendió, nada más ni nada menos, que con una luz de bengala que acaba de apagarse y que me la quiso pasar para jugar con otra frente al nacimiento; ha conocido también los fuegos artificiales que Franco, su hermano mayor y con mi ayuda, prendió en la noche buena y en la de año nuevo, a esa experiencia Sofía le llamó “espectáculo”; ahora que ve en la plaza de San Sebastián un castillo pirotécnico le dice “espectáculo”.

El “Traje nuevo del Emperador” es un cuento clásico de Hans Christian Andersen que la pequeña Sofía, mi hija de cuatro años de edad, lo ha rebautizado, muy a la peruana y desde su perspectiva infantil como “El rey calato”.

Si bien el cuento hace alusión – en su título – al traje nuevo del emperador eso es una inexactitud, pues en el cuento el traje no existe, y que el Rey haya salido a la calle fingiendo vestir un nuevo e imponente traje que, además de él, sus acólitos afirman existe, no hacía sino dejar al rey tal y como vino al mundo en medio de la calle y del gentío que se había congregado para verlo pasar.
En el cuento llegan dos bribones al pueblo haciendo creer que son confeccionistas de trajes y que los que hacen son invisibles a los tontos e incompetentes, entonces, nadie se atrevió a decir que no veían los trajes que confeccionaban, pues temían ser tomados por tontos o incompetentes. Esa noticia le llegó al rey y éste, mediante uno de sus súbditos, contrató a los confeccionistas para que le hicieran un traje por el que pagó un buen dinero. El rey era muy vanidoso y gustaba de vestir bien y lucir trajes nuevos cada día. Los bribones empezaron a hacer el traje y los emisarios del rey le aseguraban que habían visto el avance de la confección y que el traje sería maravilloso, en realidad lo decían, pese a no ver visto nada, para evitar ser llamados tontos o incompetentes. El rey que andaba muy preocupado por el traje envió a uno de sus altos funcionarios para verificar la obra y éste también le aseguró haber visto el traje, por el mismo temor a ser considerado tonto o incompetente. Cuando por fin el rey acudió donde los bribones y se probó el traje, todos los cortesanos que lo acompañaban afirmaban ver el traje, pese a que el rey no llevaba puesto nada, por temor a ser considerados tontos o incompetentes; el mismo rey, pese a no ver nada en su cuerpo, afirmaba estar llevando un traje hermoso y esto lo hacía para que no lo tomen por tonto o incompetente.
Finalmente, cuando el rey sale, rodeado de su corte, a la calle, vistiendo el inexistente traje, todo el pueblo se persuade que el rey llevaba un traje hermoso por el mismo temor de ser considerados tontos o incompetentes, hasta que un niño levanta la voz para decir que el rey no llevaba puesto nada y es cuando el padre de ese niño exclama que se escuche la voz de la inocencia y que se vea que el rey estaba sin vestido alguno y así aparece el rey en el cuento que Sofía lee en la computadora y en su librito guía.
Sofía tenía razón, pues estuvo entre ese gentío y en mis brazos cuando leímos el cuento y pudo ver que el Rey no tenía ropa ¡estaba calato!. Para Sofía, quien no tiene ropa, no es que tenga un traje invisible a los ojos de los comunes, sino que únicamente está calato y punto, pero en el cuento, a raíz de la expresión inocente de un niño se ve que el rey no tenía puesto nada en su cuerpo.
Para el niño del cuento el rey no tenía lo que todos decían que tenía puesto y así todos pudieron decir, sin temor a ser tomados por tontos o incompetentes, que el traje no existía; pero para Sofía, desde otra perspectiva, ese no era el punto, es decir, que el traje que todos por temor decían que existía no existía, sino que el rey estaba sencilla y francamente calato.
Estas dos perspectivas no son las mismas, me explico, si llegamos a la conclusión de afirmar que el traje que todos decían – aunque por temor – que el rey llevaba puesto no existe, estamos dejando de lado el temor de seguir con una falsa verdad; en cambio si decimos – como Sofía – el rey está calato, lo que en realidad estamos haciendo es decirle al rey su realidad y la verdad sobre él y no sobre lo que todo el mundo dice que tiene. Una cosa es decirle al rey no tienes ropa puesta y otra muy distinta es decirle “oye, rey estas calato”.
Hay una forma de gobernar que requiere rodearse de personas sumisas al gobernante, personas que sin ninguna capacidad de resistencia se limitan a cumplir a pie juntillas lo que diga el jefe o informarle sólo aquello que le sea grato al oído. Somos también proclives a presumir saber aquello que realmente ignoramos o que no conocemos al detalle, pero pese a ello nos mostramos como que lo sabemos, todo con el afán de evitar que nos crean tontos o incompetentes.
Cuánto es que hemos olvidado ser como el niño del cuento que no tiene el temor social de ser tomado por tonto o el temor profesional de ser llamado incompetente, sino que sin fingir dice la verdad desde la perspectiva de la inocencia, desde la ausencia de prejuicios o apariencias. El rey no tiene ropa.
Pero a través de ese cuento y desde la perspectiva de Sofía he aprendido, no la sinceridad de la inocencia que por tenerla a sus cuatro años Sofía la ejerce sin ningún reparo – que envidia –, sino a decir que, quien no tiene lo que dice tener o que dicen que tiene, o quien ostenta lo que no es, pese a que todos dicen que es, en realidad está calato física y espiritualmente.
Gracias Sofía por haberme hecho entender el cuento el “Traje nuevo del emperador” de Hans Christian Andersen e incluso a analizar que el nombre no refleja el verdadero sentido del cuento: una cosa es decir que el rey no tiene nada de lo que dicen que tenía puesto y, otra es saber que el rey está calato y decírselo sin reparo alguno.
Es tiempo de ser lo suficientemente inocentes para aprender – como los niños – aún las cosas que no sabemos y que el adulto pesado que llevamos dentro nos hace presumir saber; es tiempo de tener el valor de la sinceridad de la inocencia de los niños para expresarnos sin eufemismos, llamando al pan, pan y, al vino, vino; ya no hay más tiempo para decir que trabajamos cuando en realidad no lo hacemos con el rigor que debiéramos hacerlo; ya no es tiempo de atribuirle alguna cualidad a algo o a alguien cuando en realidad no la tiene. No creo que sea tiempo de entregar en concesión nuestra inocencia e hipotecar nuestra capacidad de indignación.
Hans Christian Andersen, acepta mis disculpas en nombre de Sofía, pero tu cuento pudo haberse llamado, de mejor manera y a la europea, “El rey desnudo” en lugar de “El traje nuevo del emperador” y porque para otro niño – como Sofía –, en mis brazos, lo renombró como “El rey calato”, así de simple.

domingo, 11 de enero de 2009

Eso en tu frente

El otro día de lluvia estuve sentado sobre la cama junto a Sofía, mi hija de cuatro años, ella miraba en la televisión su video de dibujos animados y yo, en la computadora, vía internet, una entrevista a Fernando Savater[1]. De pronto Sofía me señaló la frente de Savater en la pantalla de la computadora y me dijo, “mira papá él también tiene eso en su frente al igual que tú” cuando aún no entendía lo que quería decir, a la par de sus palabras el dedo índice de la mano derecha de Sofía estaba ya en mi frente señalando esas líneas que se delinean en nuestra frente y que te acompañan hasta cuando mueres y que comúnmente se conocen como arrugas.
Lo que siguió fue, de seguro, una pregunta que Sofía fue elaborando en base a la observación de mi frente en todos aquellos actos cotidianos que hacemos juntos: ¿por qué tienes eso en la frente?, esa además es una de la mil y una preguntas que me viene haciendo y que me hará Sofía durante mis mil y una noches y para responderlas más me vale estar bien despierto, porque con los hijos es como eso de manejar un auto, uno pestañea y zas... me estrello. Estoy convencido que Sofía forma parte de ese ejército de enanos de los que nos canta Silvio Rodríguez, evocando su niñez “Cuando yo era chiquito todo quedaba cerca cerquita, para llegar al cielo nomás bastaba una subidita. El sueño me alcanzaba para ir tan lejos como quería, cuando yo era chiquito yo si podía.” o de aquellos locos bajitos a los que canta Joan Manuel Serrat, refiriéndose a sus hijos “Esos locos bajitos que se incorporan con los ojos abiertos de par en par, sin respeto al horario ni a las costumbres y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.”
Bueno, eso que ves en mi frente, Sofía, en efecto son arrugas que la genética puso en mí sin pedir mi opinión y que conforme voy por este mundo, si te das cuenta se van acentuando y cuando me asombro o cuando me enojo y si acaso no te has dado cuenta aún, se disipan cuando estoy tranquilo, alegre o durmiendo. No voy a negar que, de acuerdo a algunas fotos que guardamos tu mamá y yo, esas arrugas existían antes que aparezcan por este mundo tus hermanos, es decir, las tuve ya a los quince o dieciséis años y con toda seguridad a los veinte. Lo que si he notado es que esas arrugas se han ido acentuando así como un subrayado de los pensamientos que a lo largo de mi existencia he ido elaborando sobre la vida.
Pero lo que sí debo decirte, Sofía, es que esas arrugas son como una suerte de capa geológica que da testimonio de muchos detalles de cada una de las épocas por las que nuestro planeta ha transitado; sí estoy consciente que muchas de esas arrugas en mi frente van con los momentos vividos por tu padre, cuando nacieron tus hermanos, por ejemplo, me asombré tanto que acentúe mis arrugas, pero, sumados esos dos asombros no son nada con el que tuve cuando tú naciste y te vi salir del vientre de tu madre; ahora sabes que la acentuación de mis arrugas por las que a veces haces correr tu dedo índice derecho se las debo a tus hermanos y a ti.
Pero algunas veces también, cuando tu madre y yo empezamos a caminar juntos, había muchas preocupaciones, muchas incertidumbres, muchos enojos y pensamientos pesimistas que fueron haciendo aquello por lo que ahora preguntas; pero también he notado que las arrugas en mi frente se marcan aún más cuando sonrío y te veo haciendo alguna travesura.
Alguna vez fui niño, Sofía, como un enano o un loco bajito, de los que cantan Silvio y Joan Manuel, en ese momento mi frente no tenía ninguna arruga, te lo aseguro, todo fue felicidad y alegría y el hecho de ser niño muchas veces contrarrestó la posibilidad de arrugar la frente; cuando vas creciendo, cuando los problemas empiezan a ser tuyos y el niño que tenemos dentro no es más que un recuerdo, los asombros, los enojos y las frustraciones, muchas veces, van calando nuestra frente, que considero es un reflejo del espíritu que llevamos dentro.
Así como a tus cuatro años ya notaste las arrugas de tu padre, con el tiempo irás también notando su vejez y en algunas ocasiones serás la causa no sólo de algunas más, sino también de esas canas que la gente dice que van saliendo conforme salen también los problemas. No sé si lo que me des sean precisamente problemas, pero de seguro sí preocupaciones; el encargo que Dios me ha dado de cuidarte y hacer que seas una mujer de bien, es una misión de la que espero salir bien, aunque de seguro con muchas arrugas de las que tendré que dar cuenta al final de mi vida.
A tus cuatro años, Sofía, tu frente es ajena a cualquier arruga, espero que la genética no haya hecho bosquejos de ellas y que los asombros y enojos que tengas en la vida no calen tanto como para hacer los surcos que yo tengo en la frente. No sé aún que caminos tendrás que andar, pero por donde vayas no te olvides de ir dejando, como Hansel y Gretel, esas miguitas para marcar el retorno en el camino aunque sepas que los pájaros se las coman; pero de todos modos recordarás mis arrugas, muchas de ellas las habrás visto luego de aquellas conversaciones que tendremos en esta vida, sobre lo que estudiarás, sobre tu trabajo, tus preocupaciones y, de seguro, cada respuesta mía o conclusión se habrá reflejado en aquellos surcos que ahora ayuda a delinear tu dedo índice y que con algún asombro observas.Pero eso, Sofía, como dice Serrat, con relación a los hijos que “Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós.”
[1] Filósofo español contemporáneo.