Tengo tres hijos, Javier de 19 años, Franco de 15 y Sofía de 4, con autoridad puedo decir que he visto evolucionar las celebraciones de los cumpleaños de los niños; al principio, generalmente eran en casa, ahora, cada vez más se hacen en locales alquilados; hace un tiempo, en las mesas se ubicaban las tortas decoradas con algún motivo de gusto del niño, rodeadas de platitos con golosinas y galletas, allí estaban, además, adornadas con pocillos llenos de mazamorra, gelatina, flan o crema volteada y, cuando no, el infaltable pop corn; las mesas eran intangibles hasta el momento de cantar el happy birthday y soplar la vela, luego de lo cual se iban volteando los platillos a bolsitas para así entregarlas a cada niño, ahora, en cambio, las mesas son destrozadas desde el saque, las gelatinas, las mazamorras, las galletas son consumidas antes de cantar el happy y cuando llega ese momento, la mesa ya es un desastre.
Hubo un tiempo en el que estuvo de moda, seguramente propiciada por los fabricantes de globos, la utilización exagerada de estos, con ellos y con la ayuda de infladores, sedal y silicona, cuando no, se hacían arcos, mariposas, flores, muñecos, animales etc., esa como muchas otras modas ya no están tan fuertemente presentes en los cumpleaños de hoy.
Los gorritos hechos con cartulina, papel lustre, crepé o de aluminio, con ligas gomas y grapas, han sido reemplazados por los de esponja, ya no hay más gorritos tipo quepis, de brujas con estrellas y luna, ni los gorritos de enfermera con cruz roja y todo, ni los tipo hindú o turcos. La piñatas que otrora aguantaban golpe tras golpe, han sido reemplazas por otras que ya se están rompiendo antes de ser puestas; lo que sí no ha cambiado es que los papás y algunas veces los hermanos mayores o las empleadas se arrojan al igual que los niños para tratar de coger la mayor cantidad de plástico, mejor dicho, juguetes y caramelos.
Un personaje central en los cumpleaños es el o los payasos que son contratados por los padres del niño cumpleañero, en muchos casos me atrevería a decir que los padres no cuidan de establecer que es lo que puede o no hacer el payaso durante el cumpleaños, o al menos no planifican el desarrollo de la fiesta, pues en muchos casos no pueden esconder su asombro al verse sumidos en cada actitud ridícula de la que ya no pueden huir frente a los invitados. En resumen, el payaso tiene patente de corso.
He visto a niños horrorizados cuando el payaso aparecía de pronto y con su voz estridente saludaba a los niños que de pronto lo habían visto aparecer de la nada, niños que no se recuperaban del susto durante la fiesta prendidos del cuello de sus madres o padres, si tenían la suerte de estar acompañados por los dos; también he visto niños recios que se tornaban en una tortura para los payasos, les movían sus cosas, les jalaban la ropa y los molestaban constantemente. En algunos casos, los payasos, conscientes del ambivalente efecto de su presencia, optaron por maquillarse delante de los niños para que estos vean con lentitud su metamorfosis y así el miedo se limitase a menos niños, aunque siempre había quienes se resistían a su presencia.
Es increíble el nivel de sumisión de los adultos a la dictadura del payaso que dirige el cumpleaños como mejor le parece, en realidad, es el dueño de la fiesta y él dispone todo lo que debe hacerse, él decide cuándo se canta el cumpleaños feliz, cuando se sopla la vela, cuando hablan los padres, ordena que el niño muerda la torta (que horrible costumbre) y encima ordena que también la muerdan los padres, él dispone cuando se rompe la piñata y, finalmente, a qué hora se entregan las sorpresas para poner punto final a la fiesta.
He visto payasos graciosos y que realmente hacen bien su trabajo, el de distraer y divertir a los niños, haciéndolos reír, bailar y jugar; pero también he visto a los vulgares, disonantes y patéticos, que creo eran aquellos que se habían infiltrado de la plazuela a las salas de sábado por la tarde y entre niños; he visto cuando algunos payasos, con voluntad o no, ridiculizan a los pobres padres que tienen que exponerse a hacer cosas que muchas veces no quieren hacer; aquellos que piden que los niños traigan cosas que sus padres pueden o no tener a cambio de un premio y también aquellos que hacen bailar a los niños con sus progenitores, el problema se presenta cuando las niñas tienen que bailar con sus madres pues los padres brillan por su ausencia, o cuando en una demostración de falta de tiempo los niños van acompañados por las empleadas.
No tengo absolutamente nada en contra de los payasos, es más, es un oficio noble por el fin de su labor, pero por ello mismo debieran ser buenos en el desempeño de la responsabilidad de lograr sonrisas, aplausos y cariño. Un payaso contratado para una fiesta infantil de cumpleaños debiera concentrarse en los niños, jugar con ellos, cantar, hacer trucos, presentar títeres, hacerlos participar activamente; pero resulta de pésimo gusto, al menos para mí, que llamen a los padres para hacer payasadas y en algunos de manera forzada, pues como están los niños de por medio, ni modo, hay que cantar, bailar, hacer ejercicios y escenas ridículas, es decir, voluntariamente obligados.
Acabo de recordar que hace tiempo leí un libro llamado “Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll puede ser que yo, que soy un payaso aficionado, pueda explicar estas líneas pensando como Hans Schnnier quien es el payaso de Böll “Yo creo que nadie en el mundo comprende a un payaso, ni siquiera otro payaso, porque siempre entran en juego la envidia o la rivalidad” pero, francamente, cuando en esas fiestas infantiles escucho que se aplaude al payaso luego de una de sus gracias recuerdo lo que también Böll le hace decir a Hans Schnnier, su personaje, “donde los aplausos fueron tan tenues que oí el sonido de mi decadencia”.
Todos en algún momento hemos hecho payasadas, yo al menos lo confieso, y con intención o no hemos hecho reir a la gente que nos rodea y en otros momento seguramente hemos caído espesos, pero que, voluntariamente o no, hacemos payasadas en nuestra vida es un hecho.
Hace un año se hizo en la Corte Superior de Justicia del Cusco, en la que soy Juez, una actividad para hacer conocer a nuestros hijos la labor que desarrollamos y el lugar donde trabajamos; si bien al principio dude, pero luego no vi mejor manera de recibir a los niños entre globos y poniéndome una nariz roja de payaso junto a mis compañeros de trabajo, así, escondiéndome en una apariencia de payaso explique algo serio a los niños: pórtense bien, obedezcan a vuestros padres, no mientan… al final de mi improvisada actuación, un niño de unos 4 ó 5 años me jaló el saco y me dijo, señalando a los globos que tenía en la mano: “¡¡¡payaso!!! ¿me das un globo?, me sentí inmensamente feliz de haber logrado esconder al adulto y al magistrado y ser por un momento, por un instante, al menos, un payaso; en ese momento recordé una última frase de Hans Schnnier “Un profesional pasa inadvertido entre aficionados.”
Hubo un tiempo en el que estuvo de moda, seguramente propiciada por los fabricantes de globos, la utilización exagerada de estos, con ellos y con la ayuda de infladores, sedal y silicona, cuando no, se hacían arcos, mariposas, flores, muñecos, animales etc., esa como muchas otras modas ya no están tan fuertemente presentes en los cumpleaños de hoy.
Los gorritos hechos con cartulina, papel lustre, crepé o de aluminio, con ligas gomas y grapas, han sido reemplazados por los de esponja, ya no hay más gorritos tipo quepis, de brujas con estrellas y luna, ni los gorritos de enfermera con cruz roja y todo, ni los tipo hindú o turcos. La piñatas que otrora aguantaban golpe tras golpe, han sido reemplazas por otras que ya se están rompiendo antes de ser puestas; lo que sí no ha cambiado es que los papás y algunas veces los hermanos mayores o las empleadas se arrojan al igual que los niños para tratar de coger la mayor cantidad de plástico, mejor dicho, juguetes y caramelos.
Un personaje central en los cumpleaños es el o los payasos que son contratados por los padres del niño cumpleañero, en muchos casos me atrevería a decir que los padres no cuidan de establecer que es lo que puede o no hacer el payaso durante el cumpleaños, o al menos no planifican el desarrollo de la fiesta, pues en muchos casos no pueden esconder su asombro al verse sumidos en cada actitud ridícula de la que ya no pueden huir frente a los invitados. En resumen, el payaso tiene patente de corso.
He visto a niños horrorizados cuando el payaso aparecía de pronto y con su voz estridente saludaba a los niños que de pronto lo habían visto aparecer de la nada, niños que no se recuperaban del susto durante la fiesta prendidos del cuello de sus madres o padres, si tenían la suerte de estar acompañados por los dos; también he visto niños recios que se tornaban en una tortura para los payasos, les movían sus cosas, les jalaban la ropa y los molestaban constantemente. En algunos casos, los payasos, conscientes del ambivalente efecto de su presencia, optaron por maquillarse delante de los niños para que estos vean con lentitud su metamorfosis y así el miedo se limitase a menos niños, aunque siempre había quienes se resistían a su presencia.
Es increíble el nivel de sumisión de los adultos a la dictadura del payaso que dirige el cumpleaños como mejor le parece, en realidad, es el dueño de la fiesta y él dispone todo lo que debe hacerse, él decide cuándo se canta el cumpleaños feliz, cuando se sopla la vela, cuando hablan los padres, ordena que el niño muerda la torta (que horrible costumbre) y encima ordena que también la muerdan los padres, él dispone cuando se rompe la piñata y, finalmente, a qué hora se entregan las sorpresas para poner punto final a la fiesta.
He visto payasos graciosos y que realmente hacen bien su trabajo, el de distraer y divertir a los niños, haciéndolos reír, bailar y jugar; pero también he visto a los vulgares, disonantes y patéticos, que creo eran aquellos que se habían infiltrado de la plazuela a las salas de sábado por la tarde y entre niños; he visto cuando algunos payasos, con voluntad o no, ridiculizan a los pobres padres que tienen que exponerse a hacer cosas que muchas veces no quieren hacer; aquellos que piden que los niños traigan cosas que sus padres pueden o no tener a cambio de un premio y también aquellos que hacen bailar a los niños con sus progenitores, el problema se presenta cuando las niñas tienen que bailar con sus madres pues los padres brillan por su ausencia, o cuando en una demostración de falta de tiempo los niños van acompañados por las empleadas.
No tengo absolutamente nada en contra de los payasos, es más, es un oficio noble por el fin de su labor, pero por ello mismo debieran ser buenos en el desempeño de la responsabilidad de lograr sonrisas, aplausos y cariño. Un payaso contratado para una fiesta infantil de cumpleaños debiera concentrarse en los niños, jugar con ellos, cantar, hacer trucos, presentar títeres, hacerlos participar activamente; pero resulta de pésimo gusto, al menos para mí, que llamen a los padres para hacer payasadas y en algunos de manera forzada, pues como están los niños de por medio, ni modo, hay que cantar, bailar, hacer ejercicios y escenas ridículas, es decir, voluntariamente obligados.
Acabo de recordar que hace tiempo leí un libro llamado “Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll puede ser que yo, que soy un payaso aficionado, pueda explicar estas líneas pensando como Hans Schnnier quien es el payaso de Böll “Yo creo que nadie en el mundo comprende a un payaso, ni siquiera otro payaso, porque siempre entran en juego la envidia o la rivalidad” pero, francamente, cuando en esas fiestas infantiles escucho que se aplaude al payaso luego de una de sus gracias recuerdo lo que también Böll le hace decir a Hans Schnnier, su personaje, “donde los aplausos fueron tan tenues que oí el sonido de mi decadencia”.
Todos en algún momento hemos hecho payasadas, yo al menos lo confieso, y con intención o no hemos hecho reir a la gente que nos rodea y en otros momento seguramente hemos caído espesos, pero que, voluntariamente o no, hacemos payasadas en nuestra vida es un hecho.
Hace un año se hizo en la Corte Superior de Justicia del Cusco, en la que soy Juez, una actividad para hacer conocer a nuestros hijos la labor que desarrollamos y el lugar donde trabajamos; si bien al principio dude, pero luego no vi mejor manera de recibir a los niños entre globos y poniéndome una nariz roja de payaso junto a mis compañeros de trabajo, así, escondiéndome en una apariencia de payaso explique algo serio a los niños: pórtense bien, obedezcan a vuestros padres, no mientan… al final de mi improvisada actuación, un niño de unos 4 ó 5 años me jaló el saco y me dijo, señalando a los globos que tenía en la mano: “¡¡¡payaso!!! ¿me das un globo?, me sentí inmensamente feliz de haber logrado esconder al adulto y al magistrado y ser por un momento, por un instante, al menos, un payaso; en ese momento recordé una última frase de Hans Schnnier “Un profesional pasa inadvertido entre aficionados.”