domingo, 29 de marzo de 2020

Nebulosa



Fernando Murillo Flores

Antes de proclamar la independencia del Perú un 28 de julio de 1821, San Martín firmó en su cuartel general de Huara, un Reglamento Provisional del 12 de febrero de 1821 que establecía la delimitación territorial del pueblo liberado y la forma de cómo se administraría el naciente Estado peruano, hasta que el pueblo estableciese el gobierno y eligiese a sus autoridades. Una lectura de este documento nos permite apreciar que la realidad era una nebulosa.

Esa nebulosa obligó a San Martín a constituirse en Protector del Estado peruano que en ese momento era un embrión. En el documento firmado un 3 de agosto de 1821 se lee en su primer artículo “Quedan unidos desde hoy en mi persona el mando supremo político y militar de los departamentos libres del Perú, bajo el título de Protector.” El libertador no tenía otra alternativa, aún había enemigos externos de la República porque el último Virrey del Perú se alojó en el interior del país y, lo peor de todo, no existía una clase política capaz de diseñar y estructurar, de la teoría a la práctica una República; la naturaleza de la conquista, la colonia y el virreinato anuló la capacidad del pueblo peruano de engarzar una organización estatal propia, luego de su independencia, como sí ocurrió con las ex colonias inglesas en América del Norte.

En medio de esa nebulosa, siendo necesario siempre un corpus normativo, San Martín emitió otro documento para el ejercicio de su protectorado, denominado Estatuto Provisional de 1821 en cuya motivación leemos: “Mientras existan enemigos en el país, y hasta que el pueblo forme las primeras nociones del gobierno de sí mismo, yo administraré el poder directivo del Estado, cuyas atribuciones, sin ser las mismas, son análogas á las del poder legislativo y ejecutivo. Pero me abstendré de mezclarme jamás en el solemne ejercicio de las funciones judiciarias, porque su independencia es la única y verdadera salvaguardia de la libertad del pueblo; y nada importa que se ostenten máximas exquisitamente filantrópicas, cuando el que hace la ley ó el que la ejecuta, es también el que la aplica.”

En concreto, San Martín luego de la independencia formal y de esos enemigos de la independencia del Perú, se constituyó en el buen sentido de la palabra y en perspectiva romana, en un dictador del Perú, para proteger de propios y extraños al Perú embrionario.

Aún bajo dicho protectorado, el Perú va a elecciones y elige un Congreso Constituyente que asume provisionalmente el Poder Ejecutivo hasta que se dé la Constitución. Ante la dimisión de San Martín, dicho congreso nombró, para asumir la responsabilidad ejecutiva, una Junta Gubernativa, compuesta por tres de sus miembros que no es fácil decirlo fracasó y bajo un presión militar el citado congreso elige como presidente del Perú a José de la Riva Agüero quien también fracasa contra el enemigo exterior y Lima es ocupada y asediada nuevamente por los españoles casi por un mes, ante ello para conducir militarmente el derrotero de la patria se designa a Sucre como General del Ejército, se cesa a Riva Agüero, prácticamente el congreso lo destituye. Luego Sucre encarga al poder político a Torre Tagle quien reuniendo en Lima al Congreso o parte de él lo nombra Presidente del Perú, la otra parte del Congreso se fue a Trujillo junto a Riva Agüero, pues dicha ciudad fue elegida una suerte de capital provisional ante el asedio de Lima de parte de los españoles.

La nebulosa dejaría ver un poco de uno de los males endémicos del Perú, el enfrentamiento político dividiendo al Congreso, la precariedad de un Presidente y la falta de comprensión de la idea de una República y su ausencia eterna de líderes. Así planteada la realidad Bolivar entraría en la escena, solicitado por el pueblo peruano y cuando la embrionaria república no podía aún caminar. San Martín, al despedirse ante el Congreso y del Perú, un 20 de setiembre de 1822, dijo premonitoriamente: “Peruanos: Os dejo establecida la Representación Nacional, si depositáis en ella una entera confianza, cantad el triunfo; si no, la anarquía os va a devorar.”. Esa anarquía fue en medio de la que Bolivar llegó al Perú.

Leamos al historiador De La Puente Candamo “Es muy grave el estado de cosas: la anarquía se une a la lentitud en las operaciones militares. En el referido mes de setiembre de 1823, Riva Agüero se halla en Trujillo con parte del Congreso, y Torre Tagle en Lima con otra fracción de la Asamblea. Al margen de cualquier otra circunstancia, el gran problema del Perú es la carencia de una autoridad que goce de acatamiento general. Durante la anarquía de 1823 falta una visión amplia de las cosas y del objetivo final de todos los esfuerzos; se presenta una forma de competencia entre egoísmos y derechos. Todo resulta aún más grave cuando la guerra se halla en un momento muy duro, cuando no hay una estrategia definida y cuando las fuerzas españolas aparecen de modo furtivo en Lima. Esta es la hora triste de nuestra independencia; la hora en la cual, por falta de responsabilidad común y por abundancia de personalismos y visiones inmediatas, entregamos todas las esperanzas a un terrible riesgo, y ofrecemos una escandalosa imagen de estrechez de miras y de gobierno. Del mismo modo que 1820 y 1821 son años de ilusiones y fervorosas esperanzas, y al igual que 1822 es un tiempo de incertidumbre, 1823 es el momento del desorden como estilo, del pesimismo y del decaimiento.” (de la Puente Candamo. José Agustín. La independencia del Perú, Lima, 2013. Fondo Editorial del Congreso del Perú. P. 191)

Luego de la llegada de Bolivar al Perú (setiembre de 1823) se dio la Constitución de 1823 (noviembre de 1823) que en muchos sentidos es la primera, pero por una disposición del Congreso presidido por Torre Tagle, un 17 de febrero de 1824 se estableció: “1. La suprema autoridad política y militar de la República queda concentrada en el Libertador Simón Bolívar. 2. La extensión de este poder es tal, cual lo exige la salvación de la República. 3. Desde que el Libertador se encargue de la autoridad que indican los artículos anteriores, queda suspensa en su ejercicio la del Presidente de la República, hasta tanto que se realice el objeto que motiva este decreto; verificado el cual a juicio del Libertador, reasumirá el Presidente sus atribuciones naturales, sin que el tiempo de esta suspensión sea computado en el periodo constitucional de su Presidencia. 4. Quedan sin cumplimiento los artículos de la Constitución Política, las leyes y decretos que fueren incompatibles con la salvación de la República.”. Estos poderes le fueron renovados por una Ley del 10 de febrero de 1825, por el Congreso Constituyente.

Así, el neo nato Estado peruano instituyó a Bolivar en dictador del Perú, confiriéndole poder militar y político para lograr “la salvación de la República” y lo logró debido a su experiencia y genio militar, pero para ello era necesario haberlo instituido dictador, pues en esos años (1823 y 1824) no teníamos ni idea de lo que era una República; teníamos un congreso dividido, luego del fracaso de un triunvirato instituido por ese primer congreso y una pugna entre dos presidentes Riva Agüero y Torre Tagle. Así era imposible vencer a los españoles.

San Martín se constituyó en dictador del Perú para proteger la independencia del Perú, a Bolivar lo instituyeron su dictador para consolidar su independencia, en uno y otro caso, lo repetimos a la usanza de la Roma imperial y en medio de la nebulosa; el primero supo vivir su gloria y retirarse como el militar que era, luego de cumplir su objetivo; el segundo vivió intensamente su gloria y no supo retirarse luego de cumplir su objetivo militar, pretendiendo gobernar el Perú más allá de la misión encomendada haciéndose incluso una Constitución vitalicia (1826) y con un sueño lejano de la unidad de la América libre, y tal vez consciente de que el Perú aún no estaba preparado para la vida Republicana, pero el sentimiento contra él y sus ambiciones hizo que un 3 de setiembre de 1826 se fuese del Perú.

Desde ese momento el Perú sería gobernado, al margen de sus Constituciones, por unos pocos considerando que el Estado era su patrimonio y no de todos los peruanos, pues creían que tenían el derecho a repartírselo por uno u otro motivo, pero esa es ya otra historia.


       



    
  

lunes, 23 de marzo de 2020

“Y como veían que resistía…”



Fernando Murillo Flores

Uno ve la gráfica de los casos confirmados de Covid-19 en el Perú y es evidente que desde el 6 de marzo de 2020 a la fecha, de lejos el mayor número de ellos está en Lima (307). El Cuzco tiene 6 casos (al 23 de marzo de 2020). Es obvio que como los otros departamentos con bajo número de casos, el Cuzco debe estar aislado como lo están todos los departamentos por las disposiciones del gobierno, es decir, por la ley que estableció el estado de emergencia, sin descuidar nuestra propia responsabilidad ciudadana y aún más de nuestras autoridades para que esto no se descontrole.

Cuando por razones humanitarias, desde el cierre de fronteras, un avión aterriza en Lima repatriando connacionales, éstos son debidamente identificados y automáticamente son puestos en cuarentena, con el objetivo es descartar en ellos la presencia del Covid-19 y que no se comporten como portadores del virus, agravando la situación en la que ya está Lima. De igual forma debió procederse cuando un avión de nuestra Fuerza Área, en un vuelo humanitario gestionado por congresistas cuzqueños, trajo a población vulnerable varada en Lima en medio de la declaratoria de emergencia. El número de pasajeros del vuelo humanitario fue de cuarenta y uno (41) personas que debieron ser puestas en cuarentena de inmediato. No fue así. Ahora se sabe que las autoridades los buscan para hacerles el seguimiento sanitario correspondiente.

También se supo que el vuelo fue solicitado por los cinco “nuevos” congresistas del Cuzco y que en él viajaron de Lima a Cuzco, tres de ellos y uno de ellos trajo consigo en el avión a once (11) personas que son sus parientes. La regla de tres simple nos informa que poco más de un veinticinco por ciento (25%) de un vuelo humanitario, gestionado por congresistas cuzqueños estuvo al servicio de la familia de uno de los congresistas que gestionaron el vuelo humanitario, que apenas juró el cargo, ya forma parte de esos funcionarios públicos que desde los tiempos de la colonia e inicios de la república, consideran al Estado como un patrimonio particular y del que deben servirse, aún en tiempo de crisis.

Cuando Alfonso W. Quiroz nos introduce a su libro “Historia de la corrupción en el Perú” (IEP, Lima, 2019) nos dice que en el primer capítulo analizará “las raíces coloniales de la corrupción administrativa sistemática de las patrimoniales cortes virreinales, respaldadas por un séquito de patronazgo que se beneficiaba con monopolios, privilegios y cargos oficiales comprados.” (P.45) explicando cómo la administración colonial consistía básicamente en una suerte de concesión al virrey para que éste repartiese determinadas porciones del patrimonio estatal colonial que administraba en nombre de la corona, entre su familia y allegados “El virrey se rodeaba inicialmente de numerosos miembros de su familia, parientes, clientes y criados que viajaban con él desde España. Este séquito cercano erar crucial para la obtención de beneficios no oficiales para el virrey. La red virreinal se expandía luego para atraer a intereses locales ansiosos por cortejar al nuevo virrey. Este patrón se repitió en los gobiernos de sucesivos virreyes desde los primeros tiempos de la Colonia.” (P. 76)

De allí y luego de la independencia, el Estado peruano fue visto siempre como un patrimonio a repartir luego de pagar las deudas de la independencia, de pagar servicios de los libertadores, de ir repartiendo entre unos y otros las propiedades del Estado, y luego de seguir capturando el poder para continuar repartiéndolo ,“Los funcionarios gubernamentales coludidos, los enviados diplomáticos peruanos en el extranjero y los hombres de negocios locales y extranjeros manipularon en provecho propio las normas y metas del crédito público” (P. 128).

Cuando la economía peruana podría haberse consolidado con la explotación del guano de isla, eso que en el colegio nos enseñan fue una época de bonanza de nuestra economía, de su explotación y venta el Perú sólo se benefició con un 2%, producto de decisiones en función de intereses particulares y pésimos contratos. Durante nuestra vida republicana e incluso durante la guerra con Chile, nos dice Quiroz “En medio de una crisis extrema, Piérola encontró excelentes oportunidades para malversar y saquear los fondos destinados a la defensa nacional” (P. 157). ¿Se imaginan?     

Para que ir haciendo recuento de todo ello luego del 1900; sólo basta recordar que desde que la democracia fue recuperada luego de la dictadura Fujimorista y la fuerte corrupción de ese gobierno, antecedido por un irresponsable manejo de la economía durante el primer gobierno de García, para luego transitar por el gobierno de Toledo que también fue corrupto, ahora lo sabemos bien y continuar con los gobiernos de García y Humala, atravesados todos éstos últimos por ese escándalo llamado Odebrecht. El Estado fue capturado para beneficio propio, mediante su administración miles de millones de dólares fueron desviados a arcas privadas a costa el presupuesto estatal, mediante una serie de contrataciones y concesiones fraudulentas, tal y como sucedió luego de nuestra independencia, qué lástima que casi a doscientos años de ella, con nuevas formas más sofisticadas se siga utilizando el Estado para intereses particulares.

Llegamos a los 200 años de nuestra independencia, con las mismas viscosidades de los inicios de la república, debemos estudiar su historia, y en ella los gobiernos que tuvo y tiene nuestro país. Recuerdo a Carmen Mc Evoy: “El Bicentenario puede colaborar en el desagravio del Perú honesto y trabajador, creando, asimismo, el contexto para repasar una historia de ambición y rapacidad desenfrenada que es imprescindible comprender para no volver a repetir.” (Perú: reflexiones sobre lo cotidiano y la historia. Peisa, Lima, 2019. P.82)  

Luego de comprender esa concepción patrimonialista del Estado, que considera al Estado como un patrimonio a ser repartido por quienes lo gobiernan entre quienes colaboran con ellos, gestionar y utilizar un vuelo humanitario en beneficio propio no es novedad y, sin duda, no será lo último que veamos. Y, ahora ¿qué les decimos a los peruanos que quedaron varados en el exterior y no pueden volver al Perú?

Recuerdo las letras de esa canción de “Los no sé quién y los no sé cuántos”, la misma que siempre interpreté en el sentido que el Perú era la torre derrumbada por esa acción demencial de sendero luminoso y el mrta (con minúsculas porque me da la gana) y pese a que estaba caído y destrozado el Perú, siempre se fue a llamar a alguien más, para balancearse encima de nuestro Perú, pero nunca alguien llamó a quien lo repare y lo levante: “Sobre una torre derrumbada, como veían que resistía, nadie fue a llamar a un electricista.”. Debemos elegir bien, elegir a quien esté dispuesto a levantar el Perú, no a quien no tenga reparo en balancearse sobre él.

El pueblo del Perú está siendo atacado y amenazado constantemente por un enemigo invisible, lucha porque su precario sistema de salud pública no colapse y no se dé abasto para atender personas que sean atacadas por el Covid-19 y se contaminen por transitar sin el debido cuidado por la calle, el barrio, el parque, el terminal, etc., aún no ha caído la torre (el Perú), y alguien ya está balanceándose en ella. Esta es la opinión de un ciudadano, respecto al comportamiento ético y público de un funcionario público de elección popular, mas no una opinión sobre la política que hará en el futuro o sus ideas, pues que se sepa recién empieza, y la verdad es que promete.

jueves, 19 de marzo de 2020

“Ya están aquí…”



Fernando Murillo Flores

Recuerdo que la primera semana de febrero, en Lima y ya de vacaciones, mi hijo Franco que es Médico me iba comentando todo preocupado sobre la aparición de un virus en la lejana China, durante todo el mes él me iba informando, cada vez más preocupado, que la epidemia no estaba siendo contenida y que el virus había pasado las fronteras de ese lejano país; llegó un momento en el que me dijo que tarde o temprano llegaría al Perú. La verdad… no le creí.

Lamentablemente así fue, llegó al Perú el ya famoso virus con corona y todo eso; en ese momento recordé a esa inocente niña Carol Anne frente al televisor prendido y sin señal, volteando y diciéndonos a todos los asombrados espectadores de Poltergeist: “ya están aquí…”

Ahora sabemos que antes de llegar al Perú el viernes 6 de marzo, el virus ha puesto en serios aprietos a dos países del primer mundo: España e Italia, dos países europeos, desarrollados, civilizados, cultos y de una ciudadanía cívica ejemplar, respetuosa de la ley, según dicen. Sus pueblos, con esas características, uno de los elementos del Estado según la clásica doctrina, no hicieron caso de las disposiciones gubernamentales de aislarse socialmente en casa para contener al ya famoso nuevo Corona Virus que ya pululaba entre ellos.

Antes del Perú, el virus letal pasó por Brasil, Argentina, Chile, Colombia y Ecuador; atento a la evolución de la epidemia a nivel mundial, ahora ya una pandemia, el gobierno del Perú, el domingo 15 tomó una decisión de Estado, inédita en su historia republicana. Esta decisión de Estado, de seguridad de Estado más propiamente ¿no está siendo comprendida por el pueblo peruano?

El Perú, a partir de la década de los años ´80, conoció la declaración de los estados de emergencia justificados por la violencia del terror en los que nos sumió sendero luminoso y el mrta (así con minúsculas porque me da la gana); con esos dos virus sociales terroristas que son capaces de engendrar quienes no entienden que el mal no puede transitarse para llegar al bien, se nos hizo vivir estados de emergencia a los que esperemos no volver jamás. Muchas veces también hemos presenciado declaraciones de estados de emergencia a pedido de las mismas poblaciones cuando ésta se ven golpeadas por los eventos de la naturaleza, como el que acabamos de presenciar en Santa Teresa, La Convención, Cuzco.  En otros casos también hubieron estados de emergencia declarados ante convulsiones sociales.

El Estado de emergencia declarado el domingo 15 de marzo de 2020 no tiene nada que ver con la acción de unos mal nacidos, ni con los hechos de la naturaleza y conflictos sociales, sino con una amenaza invisible a nuestros sentidos, que si bien ahora los podemos explicar por el avance de la ciencia, el asombro ante esa amenaza, estoy seguro, para muchos es como el de esas gentes de las sociedades medievales que no entendían las pestes que las asolaban de cuando en cuando Europa y la gente caía y caía, y de la que incluso ni la nobleza se salvaba, así levantasen los puentes de sus castillos.

Debemos primero entender que el Estado peruano es unitario, que es gobernado por un gobierno central y que estamos ante una amenaza viral y letal para el pueblo del Perú, entre los que más vulnerables son los adultos mayores, que son contagiados por personas adultas, jóvenes y niños que son más resistentes al virus, pero que tarde o temprano lo padecerán, todo ello en la cotidianidad de nuestras vidas, eso es lo peligroso.

En un primer momento el gobierno dictó recomendaciones y suspendió las labores escolares por todo el mes de marzo de 2020, si la lógica era evitar que nuestros niños y jóvenes no se contagien, muchos nos preguntamos y qué fue de la suspensión de labores universitarias, si igual en las universidades hay fuerte concentración de personas. Tímidamente los mismos voceros del gobierno dijeron que la medida no abarcaba las universidades porque ellas eran autónomas. Hasta cuando el Estado tendrá que asumir que la autonomía universitaria hace de las universidades, respecto a él, entes autónomos e independientes; que la ley les otorgue a las universidades autonomía, ello no significa que sean un Estado dentro de otro Estado. Felizmente el tema volvió a su cauce y el gobierno suspendió las actividades universitarias en una decisión soberana, exenta de arbitrariedad dado el peligro a la salud pública que amenazaba al pueblo peruano.

Cuando el gobierno, dispuso el domingo 15 de marzo: “Declárese el Estado de Emergencia Nacional por el plazo de quince (15) días calendario, y dispóngase el aislamiento social obligatorio (cuarentena), por las graves circunstancias que afectan la vida de la Nación a consecuencia del brote del COVID-19.” La primera pregunta fue ¿debemos ir a trabajar? Para mí estuvo claro que no, pues el gobierno disponía el aislamiento social obligatorio y en mi condición de ciudadano del Perú, debía acatar la ley, así se los dije a todas las personas que me preguntaron: ¿debemos ir a trabajar?

El lunes 16 de marzo, es decir, el primer día del aislamiento social obligatorio, la mayoría de las personas siguieron haciendo su vida normal y muchos empleadores ni se enteraron de la noticia y en lugar de tomar medidas empresariales responsables, optaron por obligar a sus trabajadores a ir a laborar, es decir, a incumplir la ley. Otros empleadores procedieron a despedirlos. En fin.

Para el virus, que todos los peruanos continuemos haciendo nuestra vida normalmente – como lo hicieron los españoles e italianos desobedeciendo a sus gobiernos – es como brindarles a esos bichos de m… autopistas para que lleguen fácilmente a su destino y cumplan su objetivo: matarnos.

Ante ese incumplimiento cívico de la disposición de aislamiento social obligatorio que en metrópolis como Manhattan sus ciudadanos vienen haciéndolo sin necesidad de una ley, pero sí con alta conciencia cívica, el gobierno peruano se vio obligado a emitir otra disposición el miércoles 18 de marzo, precisando que: “Durante la vigencia del Estado de Emergencia Nacional y la cuarentena, las personas únicamente pueden circular por las vías de uso público para la prestación y acceso a los siguientes servicios y bienes esenciales: (…)” enumerando los supuestos que habilitan – excepcionalmente – transitar, pues los ciudadanos peruanos – fieles a su tradición colonial de incumplir la ley – empezaron cada uno a formularse sus individuales excepciones. Ojalá el virus sólo los atacase a ellos.   

Pero adicionalmente el gobierno dispuso algo más puntual: “(…) la inmovilización social obligatoria de todas las personas en sus domicilios desde las 20.00 horas hasta las 05.00 horas del día siguiente, excepto del personal estrictamente necesario que participa en la prestación de los servicios de abastecimiento de alimentos, salud, medicinas, la continuidad de los servicios de agua, saneamiento, energía eléctrica, gas, combustibles, telecomunicaciones, limpieza y recojo de residuos sólidos, servicios funerarios, y transporte de carga y mercancías y actividades conexas, según lo estipulado por el Ministerio de Transportes y Comunicaciones.” Esto se explica porque muchos ciudadanos peruanos continuaron haciendo su vida nocturna normal, brindando las condiciones necesarias para que el virus llegue fácilmente a su destino y cumplan su objetivo: matarnos (bis).

Si la vida del pueblo de un Estado está en peligro, toda actividad que no sea la esencial para la sobrevivencia de cada uno de sus miembros o personas debe suspenderse. Esta debería ser la divisa de todo ciudadano peruano en este momento, dejando de lado el individualismo para dar paso a la solidaridad. La desobediencia civil o falta de responsabilidad social de cada uno de sus ciudadanos, le ha costado, a la fecha, más de 3,000 muertos a Italia y casi 800 muertos a España, sin dejar de mencionar los miles de contagiados que han hecho que colapsen sus sistemas sanitario.

Nosotros aunque un poco tarde, pero no tanto, y que aún no tenemos un muerto, pero sí personas contagiadas (234), decidimos acatar las disposiciones del gobierno (la ley) y mejorarlas con nuestro comportamiento cívico, asumiendo la experiencia de aquellos países, seremos capaces de contener la expansión del nuevo Coronavirus o Covid – 19.

El pueblo peruano, secularmente y por razones que no caben explicarse en este momento, es siempre resistente a cumplir la ley, pero ahora debe cumplirla por él mismo, por su vida. Esperemos que a partir de esta experiencia asumamos la importancia de ser un pueblo cumplidor de la ley y digno de un Estado que va a cumplir 200 años de vida, sin dejar de pensar que aún tenemos muchos virus sociales que tenemos que vencer, pero por ahora venzamos a este made in China.