Fernando
Murillo Flores
Uno ve la gráfica de los casos confirmados de
Covid-19 en el Perú y es evidente que desde el 6 de marzo de 2020 a la fecha,
de lejos el mayor número de ellos está en Lima (307). El Cuzco tiene 6 casos (al
23 de marzo de 2020). Es obvio que como los otros departamentos con bajo número
de casos, el Cuzco debe estar aislado como lo están todos los departamentos por
las disposiciones del gobierno, es decir, por la ley que estableció el estado
de emergencia, sin descuidar nuestra propia responsabilidad ciudadana y aún más
de nuestras autoridades para que esto no se descontrole.
Cuando por razones humanitarias, desde el
cierre de fronteras, un avión aterriza en Lima repatriando connacionales, éstos
son debidamente identificados y automáticamente son puestos en cuarentena, con el
objetivo es descartar en ellos la presencia del Covid-19 y que no se comporten
como portadores del virus, agravando la situación en la que ya está Lima. De
igual forma debió procederse cuando un avión de nuestra Fuerza Área, en un
vuelo humanitario gestionado por congresistas cuzqueños, trajo a población
vulnerable varada en Lima en medio de la declaratoria de emergencia. El número
de pasajeros del vuelo humanitario fue de cuarenta y uno (41) personas que
debieron ser puestas en cuarentena de inmediato. No fue así. Ahora se sabe que
las autoridades los buscan para hacerles el seguimiento sanitario
correspondiente.
También se supo que el vuelo fue solicitado por
los cinco “nuevos” congresistas del Cuzco y que en él viajaron de Lima a Cuzco,
tres de ellos y uno de ellos trajo consigo en el avión a once (11) personas que
son sus parientes. La regla de tres simple nos informa que poco más de un
veinticinco por ciento (25%) de un vuelo humanitario, gestionado por
congresistas cuzqueños estuvo al servicio de la familia de uno de los congresistas
que gestionaron el vuelo humanitario, que apenas juró el cargo, ya forma parte
de esos funcionarios públicos que desde los tiempos de la colonia e inicios de
la república, consideran al Estado como un patrimonio particular y del que deben
servirse, aún en tiempo de crisis.
Cuando Alfonso W. Quiroz nos introduce a su
libro “Historia de la corrupción en el Perú” (IEP, Lima, 2019) nos dice que en
el primer capítulo analizará “las raíces
coloniales de la corrupción administrativa sistemática de las patrimoniales
cortes virreinales, respaldadas por un séquito de patronazgo que se beneficiaba
con monopolios, privilegios y cargos oficiales comprados.” (P.45)
explicando cómo la administración colonial consistía básicamente en una suerte
de concesión al virrey para que éste repartiese determinadas porciones del
patrimonio estatal colonial que administraba en nombre de la corona, entre su
familia y allegados “El virrey se rodeaba
inicialmente de numerosos miembros de su familia, parientes, clientes y criados
que viajaban con él desde España. Este séquito cercano erar crucial para la
obtención de beneficios no oficiales para el virrey. La red virreinal se
expandía luego para atraer a intereses locales ansiosos por cortejar al nuevo
virrey. Este patrón se repitió en los gobiernos de sucesivos virreyes desde los
primeros tiempos de la Colonia.” (P. 76)
De allí y luego de la independencia, el Estado
peruano fue visto siempre como un patrimonio a repartir luego de pagar las
deudas de la independencia, de pagar servicios de los libertadores, de ir
repartiendo entre unos y otros las propiedades del Estado, y luego de seguir
capturando el poder para continuar repartiéndolo ,“Los funcionarios gubernamentales coludidos, los enviados diplomáticos
peruanos en el extranjero y los hombres de negocios locales y extranjeros
manipularon en provecho propio las normas y metas del crédito público” (P.
128).
Cuando la economía peruana podría haberse
consolidado con la explotación del guano de isla, eso que en el colegio nos
enseñan fue una época de bonanza de nuestra economía, de su explotación y venta
el Perú sólo se benefició con un 2%, producto de decisiones en función de
intereses particulares y pésimos contratos. Durante nuestra vida republicana e
incluso durante la guerra con Chile, nos dice Quiroz “En medio de una crisis extrema, Piérola encontró excelentes
oportunidades para malversar y saquear los fondos destinados a la defensa
nacional” (P. 157). ¿Se imaginan?
Para que ir haciendo recuento de todo ello
luego del 1900; sólo basta recordar que desde que la democracia fue recuperada
luego de la dictadura Fujimorista y la fuerte corrupción de ese gobierno,
antecedido por un irresponsable manejo de la economía durante el primer
gobierno de García, para luego transitar por el gobierno de Toledo que también
fue corrupto, ahora lo sabemos bien y continuar con los gobiernos de García y
Humala, atravesados todos éstos últimos por ese escándalo llamado Odebrecht. El
Estado fue capturado para beneficio propio, mediante su administración miles de
millones de dólares fueron desviados a arcas privadas a costa el presupuesto
estatal, mediante una serie de contrataciones y concesiones fraudulentas, tal y
como sucedió luego de nuestra independencia, qué lástima que casi a doscientos
años de ella, con nuevas formas más sofisticadas se siga utilizando el Estado
para intereses particulares.
Llegamos a los 200 años de nuestra
independencia, con las mismas viscosidades de los inicios de la república,
debemos estudiar su historia, y en ella los gobiernos que tuvo y tiene nuestro
país. Recuerdo a Carmen Mc Evoy: “El
Bicentenario puede colaborar en el desagravio del Perú honesto y trabajador,
creando, asimismo, el contexto para repasar una historia de ambición y
rapacidad desenfrenada que es imprescindible comprender para no volver a
repetir.” (Perú: reflexiones sobre lo cotidiano y la historia. Peisa, Lima,
2019. P.82)
Luego de comprender esa concepción
patrimonialista del Estado, que considera al Estado como un patrimonio a ser
repartido por quienes lo gobiernan entre quienes colaboran con ellos, gestionar
y utilizar un vuelo humanitario en beneficio propio no es novedad y, sin duda,
no será lo último que veamos. Y, ahora ¿qué les decimos a los peruanos que
quedaron varados en el exterior y no pueden volver al Perú?
Recuerdo las letras de esa canción de “Los no
sé quién y los no sé cuántos”, la misma que siempre interpreté en el sentido
que el Perú era la torre derrumbada por esa acción demencial de sendero
luminoso y el mrta (con minúsculas porque me da la gana) y pese a que estaba
caído y destrozado el Perú, siempre se fue a llamar a alguien más, para balancearse
encima de nuestro Perú, pero nunca alguien llamó a quien lo repare y lo
levante: “Sobre una torre derrumbada, como veían que resistía, nadie fue a llamar a un
electricista.”. Debemos elegir bien, elegir a quien esté
dispuesto a levantar el Perú, no a quien no tenga reparo en balancearse sobre
él.
El pueblo del Perú está siendo atacado y
amenazado constantemente por un enemigo invisible, lucha porque su precario sistema
de salud pública no colapse y no se dé abasto para atender personas que sean
atacadas por el Covid-19 y se contaminen por transitar sin el debido cuidado
por la calle, el barrio, el parque, el terminal, etc., aún no ha caído la torre
(el Perú), y alguien ya está balanceándose en ella. Esta es la opinión de un
ciudadano, respecto al comportamiento ético y público de un funcionario público
de elección popular, mas no una opinión sobre la política que hará en el futuro
o sus ideas, pues que se sepa recién empieza, y la verdad es que promete.