lunes, 23 de marzo de 2020

“Y como veían que resistía…”



Fernando Murillo Flores

Uno ve la gráfica de los casos confirmados de Covid-19 en el Perú y es evidente que desde el 6 de marzo de 2020 a la fecha, de lejos el mayor número de ellos está en Lima (307). El Cuzco tiene 6 casos (al 23 de marzo de 2020). Es obvio que como los otros departamentos con bajo número de casos, el Cuzco debe estar aislado como lo están todos los departamentos por las disposiciones del gobierno, es decir, por la ley que estableció el estado de emergencia, sin descuidar nuestra propia responsabilidad ciudadana y aún más de nuestras autoridades para que esto no se descontrole.

Cuando por razones humanitarias, desde el cierre de fronteras, un avión aterriza en Lima repatriando connacionales, éstos son debidamente identificados y automáticamente son puestos en cuarentena, con el objetivo es descartar en ellos la presencia del Covid-19 y que no se comporten como portadores del virus, agravando la situación en la que ya está Lima. De igual forma debió procederse cuando un avión de nuestra Fuerza Área, en un vuelo humanitario gestionado por congresistas cuzqueños, trajo a población vulnerable varada en Lima en medio de la declaratoria de emergencia. El número de pasajeros del vuelo humanitario fue de cuarenta y uno (41) personas que debieron ser puestas en cuarentena de inmediato. No fue así. Ahora se sabe que las autoridades los buscan para hacerles el seguimiento sanitario correspondiente.

También se supo que el vuelo fue solicitado por los cinco “nuevos” congresistas del Cuzco y que en él viajaron de Lima a Cuzco, tres de ellos y uno de ellos trajo consigo en el avión a once (11) personas que son sus parientes. La regla de tres simple nos informa que poco más de un veinticinco por ciento (25%) de un vuelo humanitario, gestionado por congresistas cuzqueños estuvo al servicio de la familia de uno de los congresistas que gestionaron el vuelo humanitario, que apenas juró el cargo, ya forma parte de esos funcionarios públicos que desde los tiempos de la colonia e inicios de la república, consideran al Estado como un patrimonio particular y del que deben servirse, aún en tiempo de crisis.

Cuando Alfonso W. Quiroz nos introduce a su libro “Historia de la corrupción en el Perú” (IEP, Lima, 2019) nos dice que en el primer capítulo analizará “las raíces coloniales de la corrupción administrativa sistemática de las patrimoniales cortes virreinales, respaldadas por un séquito de patronazgo que se beneficiaba con monopolios, privilegios y cargos oficiales comprados.” (P.45) explicando cómo la administración colonial consistía básicamente en una suerte de concesión al virrey para que éste repartiese determinadas porciones del patrimonio estatal colonial que administraba en nombre de la corona, entre su familia y allegados “El virrey se rodeaba inicialmente de numerosos miembros de su familia, parientes, clientes y criados que viajaban con él desde España. Este séquito cercano erar crucial para la obtención de beneficios no oficiales para el virrey. La red virreinal se expandía luego para atraer a intereses locales ansiosos por cortejar al nuevo virrey. Este patrón se repitió en los gobiernos de sucesivos virreyes desde los primeros tiempos de la Colonia.” (P. 76)

De allí y luego de la independencia, el Estado peruano fue visto siempre como un patrimonio a repartir luego de pagar las deudas de la independencia, de pagar servicios de los libertadores, de ir repartiendo entre unos y otros las propiedades del Estado, y luego de seguir capturando el poder para continuar repartiéndolo ,“Los funcionarios gubernamentales coludidos, los enviados diplomáticos peruanos en el extranjero y los hombres de negocios locales y extranjeros manipularon en provecho propio las normas y metas del crédito público” (P. 128).

Cuando la economía peruana podría haberse consolidado con la explotación del guano de isla, eso que en el colegio nos enseñan fue una época de bonanza de nuestra economía, de su explotación y venta el Perú sólo se benefició con un 2%, producto de decisiones en función de intereses particulares y pésimos contratos. Durante nuestra vida republicana e incluso durante la guerra con Chile, nos dice Quiroz “En medio de una crisis extrema, Piérola encontró excelentes oportunidades para malversar y saquear los fondos destinados a la defensa nacional” (P. 157). ¿Se imaginan?     

Para que ir haciendo recuento de todo ello luego del 1900; sólo basta recordar que desde que la democracia fue recuperada luego de la dictadura Fujimorista y la fuerte corrupción de ese gobierno, antecedido por un irresponsable manejo de la economía durante el primer gobierno de García, para luego transitar por el gobierno de Toledo que también fue corrupto, ahora lo sabemos bien y continuar con los gobiernos de García y Humala, atravesados todos éstos últimos por ese escándalo llamado Odebrecht. El Estado fue capturado para beneficio propio, mediante su administración miles de millones de dólares fueron desviados a arcas privadas a costa el presupuesto estatal, mediante una serie de contrataciones y concesiones fraudulentas, tal y como sucedió luego de nuestra independencia, qué lástima que casi a doscientos años de ella, con nuevas formas más sofisticadas se siga utilizando el Estado para intereses particulares.

Llegamos a los 200 años de nuestra independencia, con las mismas viscosidades de los inicios de la república, debemos estudiar su historia, y en ella los gobiernos que tuvo y tiene nuestro país. Recuerdo a Carmen Mc Evoy: “El Bicentenario puede colaborar en el desagravio del Perú honesto y trabajador, creando, asimismo, el contexto para repasar una historia de ambición y rapacidad desenfrenada que es imprescindible comprender para no volver a repetir.” (Perú: reflexiones sobre lo cotidiano y la historia. Peisa, Lima, 2019. P.82)  

Luego de comprender esa concepción patrimonialista del Estado, que considera al Estado como un patrimonio a ser repartido por quienes lo gobiernan entre quienes colaboran con ellos, gestionar y utilizar un vuelo humanitario en beneficio propio no es novedad y, sin duda, no será lo último que veamos. Y, ahora ¿qué les decimos a los peruanos que quedaron varados en el exterior y no pueden volver al Perú?

Recuerdo las letras de esa canción de “Los no sé quién y los no sé cuántos”, la misma que siempre interpreté en el sentido que el Perú era la torre derrumbada por esa acción demencial de sendero luminoso y el mrta (con minúsculas porque me da la gana) y pese a que estaba caído y destrozado el Perú, siempre se fue a llamar a alguien más, para balancearse encima de nuestro Perú, pero nunca alguien llamó a quien lo repare y lo levante: “Sobre una torre derrumbada, como veían que resistía, nadie fue a llamar a un electricista.”. Debemos elegir bien, elegir a quien esté dispuesto a levantar el Perú, no a quien no tenga reparo en balancearse sobre él.

El pueblo del Perú está siendo atacado y amenazado constantemente por un enemigo invisible, lucha porque su precario sistema de salud pública no colapse y no se dé abasto para atender personas que sean atacadas por el Covid-19 y se contaminen por transitar sin el debido cuidado por la calle, el barrio, el parque, el terminal, etc., aún no ha caído la torre (el Perú), y alguien ya está balanceándose en ella. Esta es la opinión de un ciudadano, respecto al comportamiento ético y público de un funcionario público de elección popular, mas no una opinión sobre la política que hará en el futuro o sus ideas, pues que se sepa recién empieza, y la verdad es que promete.