domingo, 11 de enero de 2009

Eso en tu frente

El otro día de lluvia estuve sentado sobre la cama junto a Sofía, mi hija de cuatro años, ella miraba en la televisión su video de dibujos animados y yo, en la computadora, vía internet, una entrevista a Fernando Savater[1]. De pronto Sofía me señaló la frente de Savater en la pantalla de la computadora y me dijo, “mira papá él también tiene eso en su frente al igual que tú” cuando aún no entendía lo que quería decir, a la par de sus palabras el dedo índice de la mano derecha de Sofía estaba ya en mi frente señalando esas líneas que se delinean en nuestra frente y que te acompañan hasta cuando mueres y que comúnmente se conocen como arrugas.
Lo que siguió fue, de seguro, una pregunta que Sofía fue elaborando en base a la observación de mi frente en todos aquellos actos cotidianos que hacemos juntos: ¿por qué tienes eso en la frente?, esa además es una de la mil y una preguntas que me viene haciendo y que me hará Sofía durante mis mil y una noches y para responderlas más me vale estar bien despierto, porque con los hijos es como eso de manejar un auto, uno pestañea y zas... me estrello. Estoy convencido que Sofía forma parte de ese ejército de enanos de los que nos canta Silvio Rodríguez, evocando su niñez “Cuando yo era chiquito todo quedaba cerca cerquita, para llegar al cielo nomás bastaba una subidita. El sueño me alcanzaba para ir tan lejos como quería, cuando yo era chiquito yo si podía.” o de aquellos locos bajitos a los que canta Joan Manuel Serrat, refiriéndose a sus hijos “Esos locos bajitos que se incorporan con los ojos abiertos de par en par, sin respeto al horario ni a las costumbres y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.”
Bueno, eso que ves en mi frente, Sofía, en efecto son arrugas que la genética puso en mí sin pedir mi opinión y que conforme voy por este mundo, si te das cuenta se van acentuando y cuando me asombro o cuando me enojo y si acaso no te has dado cuenta aún, se disipan cuando estoy tranquilo, alegre o durmiendo. No voy a negar que, de acuerdo a algunas fotos que guardamos tu mamá y yo, esas arrugas existían antes que aparezcan por este mundo tus hermanos, es decir, las tuve ya a los quince o dieciséis años y con toda seguridad a los veinte. Lo que si he notado es que esas arrugas se han ido acentuando así como un subrayado de los pensamientos que a lo largo de mi existencia he ido elaborando sobre la vida.
Pero lo que sí debo decirte, Sofía, es que esas arrugas son como una suerte de capa geológica que da testimonio de muchos detalles de cada una de las épocas por las que nuestro planeta ha transitado; sí estoy consciente que muchas de esas arrugas en mi frente van con los momentos vividos por tu padre, cuando nacieron tus hermanos, por ejemplo, me asombré tanto que acentúe mis arrugas, pero, sumados esos dos asombros no son nada con el que tuve cuando tú naciste y te vi salir del vientre de tu madre; ahora sabes que la acentuación de mis arrugas por las que a veces haces correr tu dedo índice derecho se las debo a tus hermanos y a ti.
Pero algunas veces también, cuando tu madre y yo empezamos a caminar juntos, había muchas preocupaciones, muchas incertidumbres, muchos enojos y pensamientos pesimistas que fueron haciendo aquello por lo que ahora preguntas; pero también he notado que las arrugas en mi frente se marcan aún más cuando sonrío y te veo haciendo alguna travesura.
Alguna vez fui niño, Sofía, como un enano o un loco bajito, de los que cantan Silvio y Joan Manuel, en ese momento mi frente no tenía ninguna arruga, te lo aseguro, todo fue felicidad y alegría y el hecho de ser niño muchas veces contrarrestó la posibilidad de arrugar la frente; cuando vas creciendo, cuando los problemas empiezan a ser tuyos y el niño que tenemos dentro no es más que un recuerdo, los asombros, los enojos y las frustraciones, muchas veces, van calando nuestra frente, que considero es un reflejo del espíritu que llevamos dentro.
Así como a tus cuatro años ya notaste las arrugas de tu padre, con el tiempo irás también notando su vejez y en algunas ocasiones serás la causa no sólo de algunas más, sino también de esas canas que la gente dice que van saliendo conforme salen también los problemas. No sé si lo que me des sean precisamente problemas, pero de seguro sí preocupaciones; el encargo que Dios me ha dado de cuidarte y hacer que seas una mujer de bien, es una misión de la que espero salir bien, aunque de seguro con muchas arrugas de las que tendré que dar cuenta al final de mi vida.
A tus cuatro años, Sofía, tu frente es ajena a cualquier arruga, espero que la genética no haya hecho bosquejos de ellas y que los asombros y enojos que tengas en la vida no calen tanto como para hacer los surcos que yo tengo en la frente. No sé aún que caminos tendrás que andar, pero por donde vayas no te olvides de ir dejando, como Hansel y Gretel, esas miguitas para marcar el retorno en el camino aunque sepas que los pájaros se las coman; pero de todos modos recordarás mis arrugas, muchas de ellas las habrás visto luego de aquellas conversaciones que tendremos en esta vida, sobre lo que estudiarás, sobre tu trabajo, tus preocupaciones y, de seguro, cada respuesta mía o conclusión se habrá reflejado en aquellos surcos que ahora ayuda a delinear tu dedo índice y que con algún asombro observas.Pero eso, Sofía, como dice Serrat, con relación a los hijos que “Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós.”
[1] Filósofo español contemporáneo.