martes, 26 de agosto de 2008

“El momento más grave de la vida”

Toda persona puede expresar, al instante de la pregunta, cuál fue el momento más grave de su vida; yo diría, por ejemplo, sin vacilación que fue la noche de un dieciocho de diciembre de mil novecientos setenta y cinco, cuando mi madre me dijo que ya no tenía padre, que él había muerto. Ese, Vallejo, fue el momento más grave de la vida…

Existe un poema en prosa de César Vallejo llamado “el momento más grave de la vida”, es un poema abierto, de esos que te permite agregar lo que sientes, lo que piensas, lo que te duele, es un poema que se sabe completo con aquellas preguntas que el lector se hace y que él mismo responde. ¿Cuál fue el momento más grave de la vida, César?, tú respondiste sin vacilar en boca de otro que por tu puño y letra dijo “- El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”. Ese otro fuiste tú maestro.

Dejemos que Georgette lo cuente. “Vallejo resuelve irse a Europa, pero quiere ver a los suyos y la tumba de su madre. Parte para Santiago de Chuco. Llega sólo para verse mezclado en un sangriento conflicto que ha degenerado en incendio. En un arrojo muy propio de él, se dirige como conciliador a los lugares del drama: su sola presencia le denuncia al juicio de las autoridades, parciales e incompetentes. Acusado como incendiario con diecinueve más, es buscado y finalmente detenido el 6 de noviembre de 1920 en la pequeña casa de campo de Antenor Orrego. Pese a las numerosas campañas en contra de la detención de Vallejo organizadas en Lima y en varias ciudades del país por escritores, artistas, intelectuales, estudiantes y amigos, no será liberado sino el 26 de febrero del año siguiente: 112 días de cárcel. “Aquella noche (la de su liberación) – nos informa Juan Espejo – no hubo en sus labios un solo reproche ni una queja ni una frase que delatara odiosidad contra sus detractores…” La Municipalidad de Trujillo ha convocado a un concurso con ocasión de la Proclamación de la Independencia nacional y Vallejo, que no ha cesado de leer y escribir en su celda, se lleva el segundo premio: 500 soles, (el primero ha sido declarado desierto) en diciembre” (de Vallejo, Georgette, apuntes biográficos sobre César Vallejo, en Vallejo Obra Poética Completa, Mosca Azul editores, Lima MCMLXXIV, T. III.).

Ese poemario difícil se llamó Trilce, en él me he metido estas noches tratando de una manera masoquista de ponerme en el lugar de César, en ese difícil lugar que debe ser la cárcel, aquél donde la libertad cobra recién sentido por su ausencia, por su inagotable nombre ausente. Ese lugar maldito César te hizo decir cosas duramente hermosas, cruelmente brillantes:

XVIII
Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.
(…)
Ah las paredes de la celda.
De ellas me duelen entretanto más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurazos declives,
a un niño de la mano cada una.
Y sólo yo me voy quedando,
Con la diestra, que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo
que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuando,
esta mayoría inválida de hombre

XXII
Es posible me persigan hasta cuatro
Magistrados vuelto. Es posible me juzguen pedro.
¡Cuatro humanidades justas juntas!
(…)
Si pues siempre salimos al encuentro
de cuanto entra por otro lado,
ahora, chirapado eterno y todo,
heme, de quien yo penda,
estoy de filo todavía. Heme!

L
El cancerbero cuatro veces
al día maneja su candado, abriéndonos
cerrándonos los esternones, en guiños
que entendemos perfectamente.
(…)
Por entre los barrotes pone el punto
fiscal, inadvertido, izándose en la falangita
del meñique,
a la pista de lo que hablo,
lo que como,
lo que sueño.
Quiere el corvino ya no hayan adentros,
y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.
Por un sistema de relojería, juega
el viejo inminente, pitagórico!
a lo ancho de las aortas. Y sólo
de tarde en noche, con noche
soslaya alguna su excepción de metal.
Pero, naturalmente,
siempre cumpliendo su deber.

LVIII
En la celda, en lo sólido, también
Se acurrucan los rincones.
Arreglo los desnudos que se ajan,
se doblan, se harapan.
(…)
El compañero de prisión comía el trigo
de las lomas, con mi propia cuchara,
cuando, a la mesa de mis padres, niño,
me quedaba dormido masticando.
(…)
Ya no reiré cuando mi madre rece
en infancia y en domingo, a las cuatro
de la madrugada, por los caminantes,
encarcelados,
enfermos
y los pobres.
(…)
En la celda, en el gas ilimitado
hasta redondearse en la condensación,
¿quién tropieza por afuera?

Esta bien que el Poder Judicial haya hecho un público desagravio a César Vallejo, “le pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro”, por esa injusta privación de su libertad, derecho del que nadie debe ser privado sin que exista un motivo real, razonable y justo. Esta bien…

Pero igual de bien estará que quienes somos magistrados procuremos en todo momento llevar a cabo juzgamientos debidos, imponiendo condenas que priven a un hombre de su libertad sólo sobre la base de pruebas, pruebas que nos convenzan que un hombre es realmente culpable y que por tanto debe pagar el precio de su delito con el alto costo de su libertad. Estará bien …

Hay César, que bueno que escribiste antes del jueves y cuando aún estaba en el colegio, que “Existe un mutilado, no de un combate sino de un abrazo, no de la guerra sino de la paz. Perdió el rostro en el amor y no en el odio. Lo perdió en el curso normal de la vida y no en un accidente. Lo perdió en el orden de la naturaleza y no en el desorden de los hombres.” y que con voz alta casi a gritos nos dijiste que “Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas”.

Que acepten nuestras disculpas esos césares… esos vallejos…