martes, 26 de agosto de 2008

“El momento más grave de la vida”

Toda persona puede expresar, al instante de la pregunta, cuál fue el momento más grave de su vida; yo diría, por ejemplo, sin vacilación que fue la noche de un dieciocho de diciembre de mil novecientos setenta y cinco, cuando mi madre me dijo que ya no tenía padre, que él había muerto. Ese, Vallejo, fue el momento más grave de la vida…

Existe un poema en prosa de César Vallejo llamado “el momento más grave de la vida”, es un poema abierto, de esos que te permite agregar lo que sientes, lo que piensas, lo que te duele, es un poema que se sabe completo con aquellas preguntas que el lector se hace y que él mismo responde. ¿Cuál fue el momento más grave de la vida, César?, tú respondiste sin vacilar en boca de otro que por tu puño y letra dijo “- El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”. Ese otro fuiste tú maestro.

Dejemos que Georgette lo cuente. “Vallejo resuelve irse a Europa, pero quiere ver a los suyos y la tumba de su madre. Parte para Santiago de Chuco. Llega sólo para verse mezclado en un sangriento conflicto que ha degenerado en incendio. En un arrojo muy propio de él, se dirige como conciliador a los lugares del drama: su sola presencia le denuncia al juicio de las autoridades, parciales e incompetentes. Acusado como incendiario con diecinueve más, es buscado y finalmente detenido el 6 de noviembre de 1920 en la pequeña casa de campo de Antenor Orrego. Pese a las numerosas campañas en contra de la detención de Vallejo organizadas en Lima y en varias ciudades del país por escritores, artistas, intelectuales, estudiantes y amigos, no será liberado sino el 26 de febrero del año siguiente: 112 días de cárcel. “Aquella noche (la de su liberación) – nos informa Juan Espejo – no hubo en sus labios un solo reproche ni una queja ni una frase que delatara odiosidad contra sus detractores…” La Municipalidad de Trujillo ha convocado a un concurso con ocasión de la Proclamación de la Independencia nacional y Vallejo, que no ha cesado de leer y escribir en su celda, se lleva el segundo premio: 500 soles, (el primero ha sido declarado desierto) en diciembre” (de Vallejo, Georgette, apuntes biográficos sobre César Vallejo, en Vallejo Obra Poética Completa, Mosca Azul editores, Lima MCMLXXIV, T. III.).

Ese poemario difícil se llamó Trilce, en él me he metido estas noches tratando de una manera masoquista de ponerme en el lugar de César, en ese difícil lugar que debe ser la cárcel, aquél donde la libertad cobra recién sentido por su ausencia, por su inagotable nombre ausente. Ese lugar maldito César te hizo decir cosas duramente hermosas, cruelmente brillantes:

XVIII
Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.
(…)
Ah las paredes de la celda.
De ellas me duelen entretanto más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurazos declives,
a un niño de la mano cada una.
Y sólo yo me voy quedando,
Con la diestra, que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo
que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuando,
esta mayoría inválida de hombre

XXII
Es posible me persigan hasta cuatro
Magistrados vuelto. Es posible me juzguen pedro.
¡Cuatro humanidades justas juntas!
(…)
Si pues siempre salimos al encuentro
de cuanto entra por otro lado,
ahora, chirapado eterno y todo,
heme, de quien yo penda,
estoy de filo todavía. Heme!

L
El cancerbero cuatro veces
al día maneja su candado, abriéndonos
cerrándonos los esternones, en guiños
que entendemos perfectamente.
(…)
Por entre los barrotes pone el punto
fiscal, inadvertido, izándose en la falangita
del meñique,
a la pista de lo que hablo,
lo que como,
lo que sueño.
Quiere el corvino ya no hayan adentros,
y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.
Por un sistema de relojería, juega
el viejo inminente, pitagórico!
a lo ancho de las aortas. Y sólo
de tarde en noche, con noche
soslaya alguna su excepción de metal.
Pero, naturalmente,
siempre cumpliendo su deber.

LVIII
En la celda, en lo sólido, también
Se acurrucan los rincones.
Arreglo los desnudos que se ajan,
se doblan, se harapan.
(…)
El compañero de prisión comía el trigo
de las lomas, con mi propia cuchara,
cuando, a la mesa de mis padres, niño,
me quedaba dormido masticando.
(…)
Ya no reiré cuando mi madre rece
en infancia y en domingo, a las cuatro
de la madrugada, por los caminantes,
encarcelados,
enfermos
y los pobres.
(…)
En la celda, en el gas ilimitado
hasta redondearse en la condensación,
¿quién tropieza por afuera?

Esta bien que el Poder Judicial haya hecho un público desagravio a César Vallejo, “le pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro”, por esa injusta privación de su libertad, derecho del que nadie debe ser privado sin que exista un motivo real, razonable y justo. Esta bien…

Pero igual de bien estará que quienes somos magistrados procuremos en todo momento llevar a cabo juzgamientos debidos, imponiendo condenas que priven a un hombre de su libertad sólo sobre la base de pruebas, pruebas que nos convenzan que un hombre es realmente culpable y que por tanto debe pagar el precio de su delito con el alto costo de su libertad. Estará bien …

Hay César, que bueno que escribiste antes del jueves y cuando aún estaba en el colegio, que “Existe un mutilado, no de un combate sino de un abrazo, no de la guerra sino de la paz. Perdió el rostro en el amor y no en el odio. Lo perdió en el curso normal de la vida y no en un accidente. Lo perdió en el orden de la naturaleza y no en el desorden de los hombres.” y que con voz alta casi a gritos nos dijiste que “Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas”.

Que acepten nuestras disculpas esos césares… esos vallejos…

jueves, 21 de agosto de 2008

ESPERANDO A SOFIA

Siempre converso con Cecilia sobre esos días fríos y de tenue lluvia en el Cuzco, días en los que es lindo quedarse en casa o, de repente, salir en el auto a dar un paseo por la ciudad y ver como la Catedral y la Compañía de Jesús se van mojando y la Plaza de Armas adquiere un brillo de barniz natural y que si además teníamos suerte en esos paseos, podíamos atrapar la imagen de un arco iris y tal vez un poco de sol a través de esas nubes pesadamente grises; el olor a tierra mojada es siempre intenso y está grabado en nuestra memoria, será por eso que el Cuzco es, para nosotros, nuestro hogar.

Este año el frío fue particularmente intenso y, con sorpresa para nosotros, acompañado de algunas lluvias y hasta una fuerte nevada que nos llevó a dar una vuelta por la ciudad y llegar hasta Sacsayhuaman en compañía de mama Elena y de sus dos nietos; la explanada estaba cubierta de nieve y las imperecederas piedras tutelares daban un contraste en un escenario completo de la naturaleza y la expresión de nuestra cultura. Las fotos fueron imprescindibles y allí están para que las vean aquellos que nos sucedan.

Después de once años, Cecilia y yo - me olvidaba - también Javier y Franco, esperábamos la llegada de Sofía para el mes de setiembre, mes de la primavera. Ella nació, finalmente, el 24 de setiembre. Sofía es siempre un nombre que automáticamente nos lleva a su significado de sabiduría, hemos elegido ese nombre para nuestra hija porque ¿qué padres no desean que sus hijos tengan sabiduría hoy en día?. Sabiduría es lo que más le hace falta a las personas, aquella sabiduría que por encima de todas las cosas nos da prudencia en nuestros actos.

Mi hija nació, como no podía ser de otro modo, en el Cuzco, una ciudad con historia, llena de leyendas, mitos y biografías, admirada y persistentemente continua; ella crecerá en un ambiente de tradiciones cuzqueñas, de muchas fiestas religiosas, de procesiones, de bandas, de danzas y de reuniones familiares en fechas tradicionales; jugaremos al carnaval y comeremos el timpu, la llevaremos a la bendición del Tayta el lunes santo el próximo año (como lo hicimos con Javier y Franco), comerá empanadas de semana santa, rosquitas, suspiros, maicillos (espero que no se atore) y, de seguro, un guiso de duraznos; también la llevaremos al Corpus Christi, comerá el chiriuchu, un poco de chicha blanca, de repente gelatina de patas, chupará caña de azúcar, comerá muchas frutas, quizá le guste la achira; será criada con kiwicha, quinua, moraya, chuño, olluquito - con charqui eso sí -, la llevaré al mercado a tomar jugo (un especial); comeremos lechón, tamales y una huahua de pan; tomaremos desayunos con chocolate, nata pan huaro o chuta. Iremos al campo, haremos huatias, caminaremos por todos aquellos lugares de los que podemos estar orgullosos y en los que, con la bendición de Dios, aún se pueda respirar; seguro le contaré historias, le leeré cuentos e inventaré alguna historia para ver su asombro. Mi hija será cuzqueña hasta por los codos, heredera de familias asentadas en esta tierra del sol, compuesta de buenos hijos dignos de su madre. Mi hija tendrá una biografía que contar.

No sé si tu familia sea lo suficientemente buena para ti, que eres un angelito caído del cielo y prestadita por Dios nomás, en tú familia sentimos frío, alegría, tristeza, soledad, desaliento y alguna que otra falta de esperanza por allí, pero es la que esperó tu llegada con mucho amor y optimismo, es la familia que será tu primera escuelita.

Acabo de describirte, pequeña Sofía, la familia y el ambiente que te esperó y en el que ahora vives ya desde hace un mes; allí, en un lugar de la casa están los cajoncitos llenos de conjuntitos, gorritos, polquitos, camisetitas, mantitas, tetras y pañales de tela (nada que ver con los desechables, escaldan el popis, la colita como dicen los argentinos); allí también están el shampoo, el jabón, el talco de fécula de maíz, la toalla y la bañera; en un lugar preferente – al lado de mamá – está la cuna de madera que hizo el Tata y que cuidó el sueño de tus dos hermanos, cuna recién pintada, vestida con sábanas y colchita nuevas, bordadas con el hilo del tiempo y el amor de mamá, cuándo no. Te estuvimos esperado entre la alegría y la tensión natural de los avatares del nacimiento, estuvimos varias veces en el hospital para monitorear tus movimientos y latidos de tu corazón, temíamos complicaciones en tu nacimiento (mamá ya no está tan joven al igual que tu papá). Te cuento que cuando estaba yo en el hospital, atendieron una cesárea, salió primero el bebe y su padre, que estaba preocupado por la madre, salió a comprar un periódico porque le dijeron que había que esperar un poco hasta que saliera la madre, cuando de pronto una enfermera confundida me preguntó a mí, que estaba esperando que tu madre saliera de su control ¿es usted el padre de la cesárea? no, le dije, yo seré el padre de Sofía.

Bueno, llegaste el 24 de setiembre, no porque la naturaleza hablara sino porque ya estabas demasiado grande para un parto natural y sin riesgos, estuve allí el momento en que naciste y pude ver como una vez más Dios me sonríe, porque la vida es eso, todos los días una sonrisa de Dios y el milagro es, precisamente eso, la vida misma y lo maravilloso de ser y existir. Tu madre y yo te llamamos Sofía, con la aspiración de que llegues a tener la sabiduría necesaria para sobrevivir a los problemas de este mundo y a la rutina, pan de cada día, temas de los que bien habla esa Sofía que es Mafalda (la hija de Quino) y que espero entiendas, con o sin sopa, eso depende de ti. El mundo me preocupa mucho, como a Mafalda, a veces no lo entiendo pero comprendo sus problemas. Apenas he terminado de asumir la noticia de que en Rusia mataron a muchos niños, no entiendo como algo así puede suceder, ese será el mundo que deberemos cambiar Sofía, espero se pueda. Alguien me preguntó, como de cliché ¿qué quisieras que sea tu hija?, yo respondí de modo claro y convencido: MUJER, quiero y deseo que sea una mujer, que no asuma ningún feminismo de aquellos que consiste en parecerse cada vez más a los hombres, quiero que sea una mujer conciente de sí, que se asuma con la naturaleza que Dios le ha dado, que sea sincera, coherente, de principios, inteligente y con una capacidad inmensa de amar (espero que alguien esté criando un niño aspirando a que sea un hombre, sólo lo digo para que este mundo guarde equilibrio no más). Espero que mi hija Sofía pueda algún día decir y suscribir lo que leí escribió Rosa Montero: “Porque uno siempre es inocente cuando ama, siempre regresa a la misma edad emocional, al umbral de la eterna adolescencia. Pura y hermosa fui porque deseé y me desearon. El amor es una mentira, pero funciona”.

Escribo esta Carta a Sofía, como una oración para que ojalá algún día todos los niños vengan esperados por una familia y sean realmente el producto de una familia, que es aquella primera escuelita que debiéramos vivir hasta el cansancio, donde el juego sea lo único serio que haga un niño con las reglas del amor. Bueno Sofía, como dicen mis amigos de Sui Generis “... quizá porque no soy de la nobleza pueda nombrarte mi Reina y Princesa y hacerte coronas de papel de cigarrillo”.

Negra Amiga.

De la muerte, ¿qué se yo?.
Sé que un día de diciembre
mi madre me dijo que ya no tenía padre,
no comprendí la noticia,
pero siempre tuve frío;
pero nunca más tuve un regaño.
pero nunca más tuve un consejo.
pero nunca más tuve a mi padre.

La muerte sólo me dejó de él, su imagen,
más no me dejó su voz de aliento;
No sé que se siente crecer frente a un padre,
no sé que se siente no poder fallarle.

De la muerte, ¿qué se yo?. Eso...
es lo que yo sé de esa negra amiga.
de aquella negra sombra,
de quien no se libran ni sus amigos.

De cómo está vestida,
siempre dicen que de negro.

De cómo es que vive,
siempre dicen que entre nosotros.

Negra mala muerte,
cuando decidas tocarme,
no vengas de negro -es de mal gusto-
ven,
pero por favor ven
cuando mis niños sean hombres,
dame tiempo para delinear mi esperanza en ellos,
ven cuando ellos comprendan que nos tenemos que ir.

Mala amiga, ven cuando sea grande.

Una Vela

Había música en el fondo,
tenía entre mis manos un vaso,
alguien vino a mi mesa y prendió una vela silenciosa.

Esa vela se convirtió, esa noche, en mi compañera.
Ella estaba dispuesta a su fin, así, en silencio.
no pidió ser encendida,
no pidió iluminar,
pero allí estaba, prendida e iluminando...
consumiéndose ante mí.

Venía el viento y dañaba su intensidad,
ese viento que a veces, de cuando en cuando, también nos inclina.

A esta hora,
luego de haberla contemplado un tiempo,
veo que sus lágrimas se acumulan,
como en nuestros ojos cuando la vida nos pesa.

Entonces,
una lágrima desciende por su costado,
dejando atrás una herida,
como la que está en un costado del Nazareno,
en el madero cruel de la diaria muerte.

Ahora el viento viene,
y la vela lucha por estar encendida,
su lágrima se detiene en el descenso,
mi amiga siente frío,
el mismo frío que asoma nuestra mejillas
cuando nuestras lágrimas dejan su huella
y viene el viento que las seca.

De pronto, tomo valor y apago la vela...
Ella no siente más su herida, sus lágrimas se endurecen,
pero yo quedo con un frío en las mejillas,
mis lágrimas no se endurecen...
Qué alegría, estoy vivo... lloro,
y aún puedo beber un sorbo más.

Cierro mis ojos y aún está ella,
grabada en mi retina,
consumiéndose.
Qué alegría, está viva...

Diciembre 2001.

miércoles, 6 de agosto de 2008

A lápiz sobre un libro prestado

Ayer terminé de leer un libro que mi hijo Javier me prestó, en verdad resultó interesante y me atrapó en su texto de suspenso en el mundo de la investigación, un mundo en el que la escena del crimen, las pistas, las huellas y las deducciones conducen a resolver un determinado caso, poniendo ante los ojos del mundo a quién se atrevió a ofender a la sociedad quebrando la ley.

La verdad es que no debo ocuparme de contar la historia del libro, pues podría malograr el interés en él a quien lo desee leer, ni es objeto de estas líneas hacer una crítica literaria, a la que por supuesto soy ajeno, sino sólo trascribir y reflexionar sobre algunas de sus frases, esas frases que cuando se lee un texto interesante van discurriendo a través de la historia y que me permito atrapar con un lápiz tenue (tengan en cuenta que no era mi libro), para así volver a su texto – de aquí un buen tiempo y si me lo vuelven a prestar –, en esa pasión que muchos llaman releer y que a menudo ejerzo siempre a ciegas en los libros de mi biblioteca.

Reflexionando sobre esas frases atrapadas en la red del subrayado a lápiz, he logrado escribir este pequeño artículo que espero motive la lectura de “El enigma de París” de Pablo De Santis (Planeta, autores españoles e iberoamericanos, premio planeta – casamérica 2007. p. 281). Acabo de hablar con Javier, el dueño del libro, y él me dice que lo compró debido a una de esas tantas botellas arrojadas al mar por el hereje impenitente (www.elherejeimpenitente.blogspot.com en un ingreso de febrero de 2007); bueno, Javier no sólo compró el libro, sino que además lo tiene autografiado por el autor.

Esas frases, relacionadas con el mundo de la investigación del crimen son las siguientes:

1. “Investigadores y zapateros ven el mundo desde abajo, y unos y otros se ocupan de los pasos humanos en el momento en que estos se desvían del camino” (p. 11).

2. “Me gusta sentir como en un mundo desordenado pero previsible se abría paso un razonamiento ordenado, pero del todo imprevisible” (p. 13).

3. “ninguno de nosotros conocía el idioma de la derrota, porque cualquier cosa que sucediera durante el aprendizaje, aun las malas, formaba parte de una experiencia que ansiábamos tener, de manera que solo se nos podría amenazar con el curso normal de la vida, con el ejercicio del derecho, con la paternidad responsable, con ir a la cama temprano” (p. 17).

4. “En todas las ciudades, la estadística de suicidios es fija, y no responde ni a cuestiones económicas ni a hechos históricos, es una enfermedad de la ciudad misma, no de los individuos” (p.19)

5. “resolvía el caso de tal manera que no parecía estar hablando solo de ese criminal en particular, sino de la especie humana” (p. 22)

6. “Un asesinato siempre es un caso de “cuarto cerrado”. Ese cuarto cerrado es la mente del criminal” (p. 32)
7. “Sé, por experiencia propia, que nadie es aquello que quiso ser: todos aspirábamos a otra cosa distinta, un ideal que no quisimos manchar acercándolo a la vida real (…) El destino se alimenta del error; la gloria, del arrepentimiento” (p. 131).

8. “Uno nunca tiene los libros que necesita: tiene de más o de menos” (p. 153)

9. “Rodeado de libros peligrosos como estoy, creo que nuestra única esperanza está en olvidar la cita que alguna vez leímos y que nos llevará a la perdición” (p. 154).

10. “Es más fácil trabajar con gente que no tiene nombre; ¿sabe? Así uno se olvida de que caminaron por la tierra, de que alguien los engendró, de que alguien nota su ausencia en una mesa, en una cama” (p. 189).

11. “En nuestro oficio, es el resentimiento lo que mejor se conserva” (p. 190)

12. “pero los detectives nos empeñamos en saber la verdad, y cuando la descubrimos ya no nos pertenece. Son los otros hombres, los policías, los abogados, los periodistas, los jueces, los que deciden qué hacer con esa verdad” (p. 198)

Esas frases en El enigma de París, son aquellas que subrayé porque me parecieron impresionantes, en esas frases se pueden esconder coincidencias o discrepancias con el autor o, simplemente, motivos para pensar, llorar o reír, depende de cómo uno esté hecho para este mundo o cuál es el estado de ánimo con el que se leyó el libro. En esas frases puede ser que hoy no encuentre ninguna respuesta o ninguna pregunta y tal vez mañana sí las encuentre.

En todo libro uno siempre encontrará una razón o un motivo para pensar, cada libro implica ingresar a un mundo muchas veces impensado para nosotros, las formas, los estilos, la trama, los personajes y su mundo son, en esencia, un escenario en el que nos vemos involucrados, sea porque nos identificamos con un personaje, o respecto del que podemos sentir animadversión u odio; en cada libro reside algo de nuestras vidas hechas de sueños y golpes de la realidad, en cada libro existe algo que hubiésemos querido hacer o ser. En fin, espero que estas breves líneas dejen en claro que me presté un libro, en él dejé unas tenues líneas a lápiz que espero volver a leer en algún momento y sobre las que encontraré esas frases arbitrariamente escogidas, que a mí mi hicieron pensar algo o que despertaron un sentimiento determinado, puede ser que de aquí un tiempo no signifiquen nada pero en todo caso hará que vuelva mis pasos detrás de una coincidencia o discrepancia. No he querido pensar sobre ellas y muchos menos escribir, puesto que ello me haría prisionero del texto, prefiero que estén allí para ver cómo es que mi pensamiento evoluciona o involuciona, son esas frase en todo caso un referente y nada más, un punto en el que en algún momento me detuve.

De todas me quedo con una de esas frases “La ciencia ya no es un conjunto de respuestas, sino un exterminio de las preguntas” (p. 238). Es cierto, la ciencia está acabando por responder hasta el por qué utilizó anteojos, hasta el por qué alguien morirá de alguna de esas enfermedades escritas en nosotros mismos, cada vez hay menos sombras a la luz de la ciencia, cada vez hay tanta luz que pronto Peter Pan no podrá coser su traviesa sombra.

Espero que la ciencia algún día me diga por qué subraye esas frases a lápiz en un libro prestado.

domingo, 3 de agosto de 2008

Gerania

Cuento

A quien no gritó ni guardó silencio

Su madre debía ir a cuidar la plantación que su padre había hecho a medias con el dueño de un terreno que estaba a una media hora de camino a pie, desde su pequeña casita de madera ubicada en algún sector de la montaña; Gerania decidió ayudar a su madre llevando una bolsa con algunas cosas para que pase la noche fuera de casa; caminó con ella unos siete minutos durante los que recibió algunos encargos pequeños como preparar el mate para su padre, servir la comida que ya estaba preparada y que por la mañana, tempranito, suelte a las gallinas y los patos y prepare el desayuno; para ese entonces, ya estaría su madre de regreso; ella tenía seis años y su madre sabía que la oscuridad de la noche le daba miedo y le dijo que ya volviera a casa sin percatarse que la manito de Gerania, desde que salieron de su casita, en la medida que la fuerza de sus deditos lo permitían, se asía muy fuerte de la muñeca de la mano que su madre tenía tensa por el peso de la bolsa que cargaba.

El camino era visible y la vegetación se había tornado gris porque era una noche de luna llena, los ruidos que hacían los insectos que de día eran invisibles se presentaron en la cabecita de Gerania, dándole un miedo tal que a mitad de camino empezó a correr para llegar pronto al claro donde estaba su casita; antes de ingresar sintió un ruido que la asustó, sin embargo, luego se dio cuenta que era el sonido que provenía de las herramientas que su padre, que acababa de llegar, había dejado caer al suelo. Gerania podía sentir, como siempre, que su padre había bebido al final de la jornada de trabajo en la chacra. Era la mayor de tres hermanos que ahora correteaban en el interior de la casita de madera, cada uno con un calzoncito y un polito que dejaba ver sus ombligos en sus barriguitas hinchadas; sirvió la comida a sus hermanitos, como le había indicado su madre y dejó, enfriando, el mate para su padre en un jarro viejo de metal con porcelana blanca tal y como había visto que su madre lo hacía siempre, su padre no entró a la casa sino hasta que terminaron de comer.

Luego de entrar, su padre se sentó a la mesa en la única banca larga de madera que había en la habitación, se había lavado la cara y de su cabello aún goteaba el sudor, quejándose de un dolor en la espalda fue sorbiendo el mate y luego cruzó sus brazos poniéndolos encima de la mesa para quedarse dormido durante un buen rato. Gerania advirtió que su padre estaba, más que borracho, cansado; jugó con sus hermanitos, éstos al igual que ella estaban sumamente cansados pues todo el día jugaban corriendo de aquí para allá en el campo libre; Gerania acomodó a sus hermanitos encima de una tarima que apenas tenía una manta y en la que dormían los tres todas las noches; ella aún se dio fuerzas para colocar otra vela y arreglar sus cosas para ir a la escuela, su padre roncaba ruidosamente, pese a ello hizo el deber que le había dejado la profesora de hacer una composición sobre la primavera. Cansada, salió de la casita, verificó que las gallinas y los patos estuviesen en sus corrales, fue al silo y atendió sus necesidades, la profesora les había hablado a ella y a sus compañeritas de aula lo importante que es la higiene en una mujercita; en la medida de sus posibilidades trataba de estar limpia y cuidar su poquita ropa. Volvió a la casita, cerró la puerta con la tranca de madera de siempre y ya descalza fue a subirse a la tarima en la que dormía con sus hermanitos, el calor de la montaña hacía que durmiesen ligeros y separaditos pues la temperatura aumentaba en ese tiempo; el padre de Gerania seguía roncando. Ya eran las diez y media de la noche y Gerania, que dormía profundamente, sintió que unas manos la cogieron por debajo de los brazos y despierta ya se dio cuenta que eran las de su padre y aún sin entender la razón, se vio luego puesta de pie al lado de la tarima para ser bruscamente tumbada al piso de madera por la fuerza irresistible de las manos de su padre; el miedo que ya se había apoderado de ella sólo le permitía preguntarse qué es lo que pasaba, pues aún no tenía idea de lo se alojaría en su memoria para siempre, ¡y pensar que no gritó para que sus hermanitos no despierten¡; su padre, que estaba arrodillado ante ella tendida en el suelo y fuertemente sujetada por aquella fuerza incomprensible precedida de un rostro desconocido hasta esa noche, la despojó de su calzoncito, sin violencia; Gerania aún no comprendía lo que pasaba y sólo sintió cuando un fuerte dolor la quebró por dentro, y su padre, sin importarle el ay entre los labios de Gerania, su hija, continuo salvajemente rompiendo su inocencia. La niña quedó tendida, llorando en silencio, sus bracitos habían quedado como clavados en el suelo, de sus labios curvos de llanto pendía la saliva sucia del grito ausente, entre sus piernitas estaba su sexito que la profesora le había dicho debía mantener siempre limpio, allí estaba el agudo dolor y la humedad de semen y sangre que discurría entre sus piernas; no durmió, quedó allí muerta de dolor pensando que así tal vez era como debían ser las cosas.

Todo esto se leía entre las líneas del expediente; allí estaban los documentos médicos que daban cuenta del hecho; la denuncia de la madre de Gerania ante la Policía y, como siempre, fue la profesora de aula quien se enteró primero del hecho contado por la propia Gerania con la ingenuidad de su inocencia, y la ausencia de comprensión de lo que había sucedido; allí estaban también la declaraciones del padre que reconocía los hechos tal y conforme fueron contados. Había llegado el momento del juzgamiento, el padre de Gerania aceptó su responsabilidad en el hecho ante el Tribunal que juzgaba el caso, su abogado alegó lo que correspondía a su defensa y cuando se le preguntó, antes de dictarse la sentencia, si tenía algo más que agregar en su defensa, sacó de su bolsillo la fotografía de él con su familia, la puso en la mesa del Tribunal, retrocedió un paso y se arrodilló, como lo había hecho ante Gerania esa noche negra de su vida y pidió perdón, diciendo que sus hijos estaban desamparados; el Magistrado encargado de la dirección del caso, le dijo que se arrodillase sólo ante Dios – si creía en él – y, mirando la foto en la que aparecían Gerania y sus hermanitos en compañía de sus padres, le expresó que, precisamente por esa familia es que nunca debió haber violado a su hija. La sentencia fue leída, el padre de Gerania supo, entonces, a sus cuarenta y siete años, que le esperaba la eternidad de la cárcel en compañía de los barrotes de su conciencia, y que no saldría de ella para ver la vida de Gerania, ni la de sus hijos.

Gerania que sabía que su padre estaba en la cárcel por lo que le había hecho, comprendió que el daño era terrible y siempre pensaba en la noche que vio el rostro malvado de su padre. Un día más y ya había terminado de servir la comida a sus hermanitos, luego de guardar sus gallinas y los patos descansaba sentadita en el segundo peldaño de la escalera que conducía a la puerta de su casita; por la ventana se proyectaba la luz de la vela encendida en el interior, esta vez las herramientas de su padre no darían cuenta de su presencia, allí estaba la senda por la que volvió esa noche y por la que su madre había tenido que partir nuevamente hoy, la noche le seguiría dando miedo por el resto de su vida, pero ahora no sabía si ingresar a su casita de madera, ésta también le daba miedo, allí fue donde su padre se arrodilló ante ella y vio su rostro desconocido.