miércoles, 8 de octubre de 2008

“LAS ÓRDENES RAZONABLES”


Antoine de Saint-Exupéry escribió en su célebre “El Principito” que, “al rey le importaba antes que nada que su autoridad fuera respetada. No toleraba la desobediencia. Era un monarca absoluto. Pero como era bueno, daba órdenes razonables”.

A un autoritario, como era todo rey en la época del absolutismo, sólo le importa que sus órdenes sean cumplidas, sin reparar en lo razonable o no de las mismas, pero Saint-Exupéry resalta la calidad de bueno en aquél rey que, sin dejar de serlo, “daba órdenes razonables” y es por ello que en la misma obra dice “La autoridad se basa ante todo en la razón (…). Tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables.”

¿Cuántas de aquellas órdenes que todos damos en nuestra vida familiar y algunos en la laboral son razonables?

Una decisión razonable es aquella que se toma en función de motivos atendibles, no reprochables por la mayoría de aquellos a quienes la decisión está dirigida y, además, porque todos terminan aceptándola debido a que en la práctica se demuestra, precisamente, que la razón o razones que la sustentan son válidas. Quien ejerza el poder y tome decisiones razonables, tendrá cada día una mayor legitimidad “adquirida por mérito” antes que por el origen de ese poder.

Lo más importante de una decisión razonable es su aceptación por quienes son sus destinatarios, pero esa aceptación debe ser de buena voluntad mas no por la imposición del poder, pues lo contrario sólo genera una represa de sentimientos adversos a quien lo ejerce que, tarde o temprano, le pasa la factura trascendiendo a la persona que dirige una entidad y, por consiguiente dañando a la entidad.

En toda organización lo más importante son las personas que le dan vida, quien no entienda esta regla de oro de la administración podrá consagrarse como jefe pero no como líder, podrá obtener resultados, pero no éxito, lo primero puede obtenerse sobre el cadáver de ilusiones y esperanzas, lo segundo no acepta esa posibilidad pues deslegitimaría el éxito que sólo se justifica cuando todos ganan. Recuerdo que Gandhi decía, contrariamente a lo que no sé si dijo Maquiavelo o Lenin, que había que cuidar los medios para justificar el fin.

El éxito, basado en la gestión y dirección personal de un líder, se consigue sobre la base de la acción de las personas a las que este provee de las condiciones necesarias para lograrlo, lo que además transita por el conocimiento de las fortalezas y debilidades de las personas que dirige. He aprendido, personalmente, que una estrella que marca el norte de toda gestión administrativa es tener presente que no puede hacerse a las personas que uno dirige, por más poder que uno tenga sobre ellas, aquello que a uno no le gustaría que le hagan, es evidente que esto no es sino un principio derivado del mandato más revolucionario de todos los tiempos “ama a tu prójimo como a ti mismo”

Cuando lo anterior está ausente, las órdenes no serán razonables, serán simples disposiciones que hay que acatar por el “principio de autoridad”, que es más explicable en un cuartel que en una organización civil donde a las personas no se les cuenta, sino que se les tiene en cuenta; en esas organizaciones verticales e inhumanas las órdenes se acatan por “las razones que da – o mejor dicho – que nunca da el poderoso”, aquél principio es algo inmutable y absoluto, por tanto autoritario, en tanto que las razones son, por propia definición dialéctica, dinámicas y por tanto difíciles de dar por quien ejerce el poder en forma absoluta. Las razones surgen de la experiencia, de la vida y los sentimientos, sobre las razones podemos fácilmente discutir, conciliar, reír, llorar y abrazarnos. Las órdenes no, las órdenes a secas cuentan con las personas a modo de suma y resta y disponen de ellas, generando rencor, resentimiento y sólo el llanto de la impotencia de saberse ordenado mas no guiado.

Las órdenes no razonables, se implementan con la política del látigo y la zanahoria que consiste en mostrar al caballo, delante de sus ojos, una zanahoria suspendida de una caña y montado en él, el jinete (jefe), le propina latigazos para que alcance algo que materialmente el caballo nunca podrá alcanzar.

Una forma de identificar la política del látigo y la zanahoria es como se achata la libertad de creación de las personas, sometiéndolas a observación o vigilancia, enviando de cuando en cuando a un trabajador a la congeladora o al ostracismo, como tributo al ejemplo de lo que le sucederá a quien ose no ir más en procura de la zanahoria o se rebele contra el látigo, eso no es más ni menos el castigo ejemplificador de la crucifixión romana que sembraba de crucifijos líneas de fronteras para que no sean traspasadas.

También se emiten una serie de prohibiciones, de normas a cumplir sí o sí, que terminan por generar resignación en el personal y el rumor estruendoso en contra del jefe que por los pasillos laborales puede ir escuchando el silencio de su fracaso; lo más deplorable de esas órdenes es que muchas veces son anónimas y en nombre de una autoridad que no se tiene, para lograr sabe el diablo qué objetivos que al ser desconocidos son sencillamente ilegítimos e intrascendentes.

Una empresa u organización se basa en la acción de personas adecuadamente conducidas hacia objetivos claros – no deseos que por ser tales son sólo eso, deseos – compartidos por todas las personas que la conforman, lo que transita por motivarlas adecuadamente, brindándoles además las condiciones para lograr los objetivos compartidos. En este escenario sólo caben las órdenes razonables, ¿las damos siempre?

Si algún día todos hiciésemos lo que nos corresponde hacer, pensando en todo aquello que buenamente queremos y en las personas que amamos, de seguro distinguiremos lo que no es honesto, lo que no es razonable y, sobre todo, a quienes son buenos, y daremos siempre, sin lugar a dudas, órdenes razonables y sabremos identificar a quienes no las dan, teniendo presente que éstos pueden llamarse presidente, gerente o jefe, que ejercen el poder mas no la autoridad, que es lo que uno se consigue momento a momento, día a día a través de las personas de quienes se gana, en función de la coherencia, el amor, el ejemplo y el respecto mediante lo que difícilmente se logra en esta vida y sobre lo que nunca debiéramos perder la esperanza de ser: ser personas.

Pero siempre padeceremos el autoritarismo que ejercen quienes no tienen autoridad, siempre padeceremos, en entidades públicas o privadas el ejercicio del poder abusiva y arbitrariamente; entonces no me queda otra cosa que recordar lo que Gandhi dijo “Cuando pierdo la esperanza, recuerdo que toda la historia el camino de la verdad y el amor siempre triunfó; han existido tiranos y asesinos y por un tiempo pueden parecer invencibles, pero al final siempre caen, piénsalo siempre …