Quiero
contar una historia. Comenzó el siglo pasado cuando Miguel Ángel e Ildaura
formaron, en el Cuzco, una familia señorial: los Flores – Ochoa; entre los
hijos que ellos tuvieron, estuvo David, a quien, como se dice hoy, “las locas
ilusiones lo sacaron de su pueblo” y se vino a Lima; él se encontró con una
linda persona, mi tía Bertha y formó una familia, la familia Flores – Mena y,
entre los hijos que tuvieron estuvo, el penúltimo de ellos, mi primo HERMANO
Gabriel quien, con Roxana, formó una la familia Flores – Ricardi. Esa familia fue
y es el hogar de muchos de nosotros, trataré de explicarlo.
La familia
que Gabriel fundó con Roxana, que está más allá de su muerte, la forman sus
hijos, mis sobrinos, Gabriel y Roxana, a quienes conocí y que para siempre
serán mi Gabo y mi Chani, sin olvidar a Franquito, el último de sus hijos.
No escribiré
de Gabriel en el plano académico y profesional, pues sé que él trascendió en
cada persona que formó, lo que incluye a sus hijos, pues lo que ellos ahora hagan
como odontólogos, lo harán conforme él se los enseñó y para el bien de nuestra
comunidad.
Volví a
encontrarme con Gabriel y Roxana por el año 1998, año en el que junto a
Cecilia, mi esposa, y mis hijos Javier y Franco, nos frecuentamos bastante,
cultivando una hermandad que nos mantuvo conectados hasta hace dos días en el
que físicamente te fuiste para siempre. Cuando te dije, a fines de ese año, que
volvía para Cuzco con mi familia, tú me dijiste “por qué no se quedan” esa
frase la recuerdo siempre.
Desde
entonces, siempre estuvimos juntos y sé que todos tus primos hermanos que
vivimos en el Cuzco de tu padre, ciudad a la que siempre que podías ibas con
emoción y con toda tu familia, cada vez que venían a Lima siempre eran acogidos
por ti, tanto es así que en retrospectiva, Gabriel de mi corazón, sin
proponértelo, porque lo bueno en ti era innato, fundaste en nuestra gran
familia un gabrielcentrismo intenso, pues en varios momentos de nuestra vida
familiar e individual, siempre giramos en torno a ti.
El lunes
cinco de mayo, el sol nuestro que fuiste para nosotros, se contrajo tanto que
fue formando un agujero negro que atrajo ante sí, y durante dos días, toda
nuestra energía y lo que somos deseando que aún no te apagues, para finalmente
explotar y convertirte, más allá de nuestro dolor, en un maravilloso y
extraordinario recuerdo de energía pura, que ahora reside en todos y cada uno
de los miembros de tu familia que siempre, lo prometo, te recordará. Ya no
estás más como el sol nuestro de cada día, pero qué intenso se sienten tus
holas, tus nos vemos, tus cuídense, tus nos vemos, tus abrazos; tu calor es
energía que está en toda tu familia.
Gabriel, nos
dejaste una linda herencia de la que espero seamos dignos sucesores, esa
herencia son Roxana, tu linda esposa; tus hijos ya grandes: Gabo y Chani y el
aún pequeño Franquito; te fuiste siendo esposo, padre y abuelo, qué más;
tuviste en tus brazos a tus nietos Catalina (Cata) y Gabriel (Gabito), hijos de
Gabo y Claudia; Joaquín Nicolás y Sebastián
Marco, hijos de Chani y Marco. Toda tu gran familia Flores siempre estará al
lado de tu familia, reuniendo siempre toda esa energía y ese calor que ahora
reside en nosotros para intentar llenar ese vacío inmenso de tu ausencia
material.
Así como no
tengo alguna de duda que ahora estas con Dios, sencillamente porque eras un
hombre bueno, tampoco la tengo de que ya estas reunido con tus padres, mis tíos
David y Bertha, ante quienes, con serenidad puedes decir que cumpliste con todo
aquello que te enseñaron y más allá de la hermosa familia que formaste, queda el
hogar en el que, de una forma u otra, todos sentimos el calor del amor de
familia.
Escrito
desde el Cuzco, en Lima, a dos días de tu muerte, mayo de dos mil veinticinco.
Tu primo
HERMANO.
Fernando Murillo Flores