No me
hagan caso
Fernando Murillo Flores
No soy ni más ni menos
respecto a los otros, pero eso sí, la mediocridad no me une a esos otros, ni
esa capacidad camaleónica de comportamiento políticamente correcto que los hace
más.
Abro el portón de mi infancia;
salgo al trabajo temprano, en ese afán religioso y científico en el que hace
años me persigue de demostrar esa hipótesis de que a quien madruga Dios le
ayuda; a dos cuadras la señora del quiosco, en el que de niño compré lo que los
españoles llaman tebeos y que en familia les decíamos chistes, arregla los
diarios, revistas y libros; en el camino, pago para que el lustrabotas haga su
trabajo; también veo cómo esa pareja que tiene un carrito móvil de desayunos,
le entrega a un mendigo un vasito con quinua y manzana y un sándwich de queso y
pienso: aún hay esperanza, aunque la fe se va apagando.
Llego a mi trabajo, marco mi
asistencia, abro la puerta de mi oficina, allí están Romeo y Julieta, enciendo
la computadora, veo lo que me espera en audiencias, tomo del anaquel un expediente
y me echo a andar entre folios, hasta que el día se agote sin terminar los problemas
de ese costal llamado sociedad.
Vuelvo a casa, allí me esperan
algunos libros pendientes, los voy leyendo como desde hace siempre; mañana volveré
a abrir el portón, me olvide decir que cuando salgo a la calle me pongo los audífonos
para escuchar canciones que hacen feliz mi andar; también olvide decir que nada
cambio desde que empecé a trabajar donde trabajo, nada, absolutamente nada ha
cambiado; eso de trabajar en un vano oficio, ya me está cansando o, tal vez ya
estoy rendido que no es lo mismo, pero para efectos prácticos es igual, en todo
caso moriré como los aristócratas romanos en batalla: de pie y aferrándome a mi
lanza, firme y digno.
En soledad, ya estoy buscando
dónde, sin ser general ni tener cuartel, afrontar cada día de los últimos que
me quedan en el frío invierno de lo que será mi muerte, con la felicidad de vivir
en paz varias primaveras y otoños, pues el verano no me gusta y lo ignoro, sin
ser igual a todos y en algunos casos peor que muchos de esos que piensan que
son superiores.
Javier, Franco y Sofía son personas
que están en mi oración de vida, es de Dios que ellos estén bien, es de mí la
responsabilidad que estén haciendo el bien, al menos no fui un fracaso, del
todo, como padre, aunque en otros aspectos fui un desastre.
Cumpliré 57 años… no me hagan
caso, aunque sí en un deseo, no quiero soplar velas, quiero encenderlas por quienes
me esperan luego del umbral de la muerte.