Fernando Murillo Flores
He
trabajado en algunas empresas de propiedad estatal y prestado servicios para
algunas entidades del Estado; en todas ellas encontré una diversidad de
personas trabajadoras con y sin cargos de dirección, así como muchos trabajadores
que sienten orgullo de haberse superado y llegado a ocupar cargos de dirección
y confianza en las organizaciones. Todo ello no es extraño, también, en
organizaciones privadas.
En
ese entorno, una constante, es encontrar trabajadores con una determinada conducta
y comportamiento organizacional que dista mucho de la persona que se supone son
o dicen ser, generando malestar en la organización, y la pregunta del por qué
son así, es decir, cayendo en los lugares comunes del “qué se cree”; “se le ha
subido el cargo” y “ya no pisa el suelo”.
Esos
trabajadores se dan a conocer cada vez que, circunstancialmente, o por sus “méritos”
o “elección” acceden a cargos de dirección, confianza y control; al día
siguiente de asumir el cargo se tornan irreconocibles para quienes los
conocieron en el llano; se comportan cual pavos reales, barbilla en alto y te
miran de reojo y como gran favor te murmuran un saludo.
La
raíz del problema, en todo caso, es el hogar y la familia en la que se han
formado esas personas, si ello es así, no hay solución, salvo la fuerza de
voluntad de la persona por superarse en lo personal y profesional, que no es lo
mismo, sino las dos caras de una moneda.
Por
lo general encontramos personas que se han superado profesionalmente y vienen,
en verdad, como se dice, desde abajo, esa superación en gran medida es para
demostrar y enrostrar a los demás, en cada actuación de su comportamiento
organizacional dicha superación, pero ello no garantiza que hayan tenido el
mismo cuidado en superarse como personas, pues el maltrato, la pobreza y la discriminación,
cuando no, una serie de carencias materiales y afectivas, son muy difíciles de
superar y esas son, precisamente, las que originan la conducta y comportamiento
altisonante en las organizaciones de las que forman parte. Es el origen de los
pavos reales laborales.
Esa
ausencia de superación personal, no profesional, basada en un falso orgullo de
superación, es la que ocasiona el maltrato de esas personas a sus subalternos,
la falta de coherencia con sus pares y, sobre todo, el ansia por tener cargos
de poder en la organización, al precio que fuese, pues a través ellos es que
esas personas hallan un púlpito para un falso predicamento laboral.
Uno
puede ser una buena persona, pero un mal profesional; una buena persona y un
buen profesional; una mala persona y un buen profesional, pero también una mala
persona y un mal profesional. En todo caso, es preferible lo primero y lo
segundo, pues una buena persona siempre será una buena persona, y poco proclive
a irse al mal, en cambio, lo tercero y cuarto es totalmente nefasto para las
organizaciones en las que esas malas personas prestan sus servicios.
Una
formación en familia, basada en la educación y en haber tenido lo básico,
principalmente amor, cariño y respeto, son la base para una persona que luego
será esencialmente humana, una persona que cuando tenga cualquier cargo de
responsabilidad, lo ejerza con autoridad más no con el poder inherente al cargo,
pues éste sin aquella, es de lejos un falso orgullo de superación, siendo la
moneda corriente y diaria el maltrato a los colaboradores, quienes serán
víctimas de órdenes sin razón, del maltrato a los inferiores. Ese es el origen
de los cancerberos laborales.
Personas
así, no han leído ni siquiera El Principito para saber que hay reyes
poderosos, pero en algún lugar del universo los hay buenos, como se define uno de
ellos cuando dice “soy un rey bueno porque mis órdenes son razonables” y
lo razonable, así como la distinción de lo bueno de lo malo, vienen de casa.
Es
muy triste, pero cada vez hay más superados profesionalmente, de esos que se
dicen vienen de abajo, sin ética, sin valores, sin principios, sin el hogar, sin
el te amo, sin el te quiero, sin el por favor, sin el gracias, sin la humildad
y la modestia que es necesaria siempre que uno gobierna personas; cada vez más
son los profesionales poderosos, acopiadores de títulos y diplomas que no
reflejan lo que son, pero que sí llenan formularios para puestos importantes,
dejando atrás a las personas que debieran ser, para ser los pavos reales y
cancerberos laborales que nunca dejarán de ser.