domingo, 4 de diciembre de 2022

¿Y aún nos preguntamos por qué estamos así?


Fernando Murillo Flores


Cuando uno lee la historia del Perú encuentra una constante: los cargos públicos, a todo nivel, se toman por asalto, mediante la violencia, el fraude o, finalmente, por la oscura intención de copamiento de intereses de un individuo o un grupo de estos que, generalmente, son comparsa de aquél que trama permanentemente el viejo oficio de lograr fines, sin importar los medios.

Esa lamentable constante se originó durante la colonia, durante el virreinato, cuando el cargo público era sinónimo de bienestar personal, antes que colectivo, al que había que llegar por cualquier medio. Los peruanos no sabemos el apostolado que está en el cargo público, pues solo se aprendió que el cargo público es un medio para el éxito que dan unas monedas.

Así tenemos una administración pública ejercida, a diario, con el pecado capital del buen funcionario o autoridad: ejercer el cargo en función de intereses particulares o de un grupo, y cuidando en todo momento de no perder aquello conseguido por cualquier medio, antes que por la intención y el norte del bien común.

La otra constante es la destrucción y el aniquilamiento del opositor, sobre todo si éste tiene una semilla de principios, honestidad, coherencia y capacidad. Esos personajes limitados a su honradez no tienen cabida y se les debe destruir o, al menos, dejarlos en el olvido para que la semilla no caiga en terreno fértil.

Es muy fácil convertir en presa a quienes no tienen principios, ni valores, a quienes, por una simple oferta de beneficios personales y difíciles de conseguir por propia capacidad, se les conquista para ser satélites de planetas sin vida, vacíos de contenido y de humanidad. Y, peor aún cuando eso se logra en nombre de aquello que en el Perú nunca tuvimos: una buena política, esa ausencia da lugar a lo más perverso: la real politik, de la que muchos se sienten orgullosos de ejercer.

Es muy fácil ser gregario, es muy fácil renunciar al ser individual, al pensamiento liberal, para dejar ser abrazado por el grupo, por la masa, ese grupo y masa que te despersonifica, que te hace perder tu singularidad, tu valor específico y hasta tu identidad.

Aquellos que de niños tuvieron una familia y amor verdaderos, así como ejemplos a seguir que los consolidó a toda prueba en principios y valores, nunca se sentirán cómodos en grupos gregarios a los que por intereses o temor te subsumen en el sopor del calor de la protección mediocre de quien por ser tuerto es rey. Qué pocos Juan Salvador Gaviota quedan en estos tiempos.

Ahora nos preguntamos por qué el Perú está como está, sencillamente está así porque lo único que vale es el interés personal y de grupo, mas no el interés general al que en todo momento debe consagrarse el buen funcionario o autoridad públicos, así como todas las personas cualquiera fuere su actividad en la sociedad.

En el Perú ya no se educa para trascender, sino para ser sencillamente intrascendente, por más cargo y privilegios que se tengan, o diplomas que digan que eres lo que en realidad no eres, pues esas son cadenas de una esclavitud permanente de mediocridad que siempre hará que se juegue a ser dios, así con minúscula, en un metro cuadrado.