Fernando Murillo Flores
Cuando uno lee la historia del
Perú encuentra una constante: los cargos públicos, a todo nivel, se toman por
asalto, mediante la violencia, el fraude o, finalmente, por la oscura intención
de copamiento de intereses de un individuo o un grupo de estos que,
generalmente, son comparsa de aquél que trama permanentemente el viejo oficio
de lograr fines, sin importar los medios.
Esa lamentable constante se
originó durante la colonia, durante el virreinato, cuando el cargo público era
sinónimo de bienestar personal, antes que colectivo, al que había que llegar
por cualquier medio. Los peruanos no sabemos el apostolado que está en el cargo
público, pues solo se aprendió que el cargo público es un medio para el éxito que
dan unas monedas.
Así tenemos una administración
pública ejercida, a diario, con el pecado capital del buen funcionario o
autoridad: ejercer el cargo en función de intereses particulares o de un grupo,
y cuidando en todo momento de no perder aquello conseguido por cualquier medio,
antes que por la intención y el norte del bien común.
La otra constante es la
destrucción y el aniquilamiento del opositor, sobre todo si éste tiene una
semilla de principios, honestidad, coherencia y capacidad. Esos personajes limitados
a su honradez no tienen cabida y se les debe destruir o, al menos, dejarlos en
el olvido para que la semilla no caiga en terreno fértil.
Es muy fácil convertir en
presa a quienes no tienen principios, ni valores, a quienes, por una simple
oferta de beneficios personales y difíciles de conseguir por propia capacidad,
se les conquista para ser satélites de planetas sin vida, vacíos de contenido y
de humanidad. Y, peor aún cuando eso se logra en nombre de aquello que en el Perú
nunca tuvimos: una buena política, esa ausencia da lugar a lo más perverso: la
real politik, de la que muchos se sienten orgullosos de ejercer.
Es muy fácil ser gregario, es
muy fácil renunciar al ser individual, al pensamiento liberal, para dejar ser
abrazado por el grupo, por la masa, ese grupo y masa que te despersonifica, que
te hace perder tu singularidad, tu valor específico y hasta tu identidad.
Aquellos que de niños tuvieron
una familia y amor verdaderos, así como ejemplos a seguir que los consolidó a
toda prueba en principios y valores, nunca se sentirán cómodos en grupos
gregarios a los que por intereses o temor te subsumen en el sopor del calor de
la protección mediocre de quien por ser tuerto es rey. Qué pocos Juan Salvador
Gaviota quedan en estos tiempos.
Ahora nos preguntamos por qué el
Perú está como está, sencillamente está así porque lo único que vale es el
interés personal y de grupo, mas no el interés general al que en todo momento
debe consagrarse el buen funcionario o autoridad públicos, así como todas las
personas cualquiera fuere su actividad en la sociedad.
En el Perú ya no se educa para
trascender, sino para ser sencillamente intrascendente, por más cargo y
privilegios que se tengan, o diplomas que digan que eres lo que en realidad no
eres, pues esas son cadenas de una esclavitud permanente de mediocridad que
siempre hará que se juegue a ser dios, así con minúscula, en un metro cuadrado.