Fernando
Murillo Flores
Como
todos los días, el miércoles 17 de abril de 2019, a las siete de la mañana, Sofía
y yo salimos de casa con la noticia que la Fiscalía y la Policía habían ido a
buscar a Alan García Pérez en su domicilio para detenerlo preliminarmente con
la autorización de un Juez, luego vendría, de seguro, la prisión preventiva. Se
venía la noche.
Nos
detuvimos en un semáforo y aproveché para leer un mensaje de mi hijo Franco que
me decía que Alan García Pérez se había
disparado; sintonicé una estación de noticias y, efectivamente, el hecho ya era
público, el ex presidente había ingresado muy grave al hospital; horas después,
ya en el trabajo, recibimos la noticia: Alan García Pérez ha muerto, con más
precisión se había suicidado.
No
sé porque pero en ese momento pensé que García Pérez no quería contestar como
lo hizo Vallejo alguna vez “El momento
más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.” Recordé
también a John Donne “(…) la muerte de
cualquier hombre me disminuye porque estoy comprendido en la condición humana;
por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campana, porque están doblando
por ti.”
Tuve
la tentación de escribir de inmediato sobre el hecho, expresar mis reflexiones
– como ciudadano – en torno a un hecho que, sin duda, es histórico, pero decidí
aguardar un tiempo, el necesario para tratar de poner, al menos para mí, todo
lo sucedido en su real dimensión.
Hace
unos días los científicos difundieron la primera fotografía de un agujero negro,
que la National Geographic define como “los
restos fríos de antiguas estrellas, tan densas que ninguna partícula material,
ni siguiera la luz, es capaz de escapar a su poderosa fuerza gravitatoria”.
El agujero negro cuya imagen atraparon nuestros complejos telescopios está – a
Dios gracias – a 53,3 millones de años luz de la tierra, y lo han venido en
llamar “Powehi”, utilizando un vocablo hawaiano que significa “fuente oscura embellecida de creación
permanente”
Suicidarse,
según la Real Academia de la Lengua Española, es “Quitarse voluntariamente la
vida”, por tanto, suicidarse, sea cual fuese la razón es una decisión personal,
al margen del motivo que ocasione tomarla; cabe también la posibilidad que
alguien sin estar plenamente consciente, por efecto de algún estímulo externo a
él, tome la fatal decisión de suicidarse, como en efecto lo hizo Egeo, arrojándose
al mar creyendo que su hijo Teseo había muerto al enfrentar al Minotauro en el
laberinto de Creta, Teseo, al retornar hacia su padre, olvidó utilizar velas
blancas en su navío de retorno en señal de que estaba vivo, esas aguas a las
que se arrojó el padre de Teseo fueron bautizadas con el nombre de mar de Egeo.
Puede
alguien decir que quien se suicidó lo hizo por cobarde o valiente, al menos
Egeo no se arrojó al mar por cobarde o valiente, sino por el dolor que para él
representaba la muerte de su hijo. Particularmente no me atrevería jamás a
tildar a alguien de cobarde o valiente por tomar la decisión de suicidarse,
aunque debo decir que sí se requiere valor y determinación para jalar un
gatillo, pero ello corresponde a la ejecución de la decisión, más no a la
decisión misma, sobre la que repito no puedo decir si se asume por cobardía o
valentía. Tampoco opinaré sobre la disposición de veneno que tienen algunos
militares, entrenados para la muerte, en misiones de alto riesgo, cuando deben
tomar la decisión de ingerirlo para no caer en manos enemigas y así evitar la
tortura de la que podrían ser víctimas para obtener la develación de secretos
sobre su misión; si ingieren el veneno ¿son cobardes o valientes?, en todos
estos casos sólo cabe guardar silencio, el silencio ante la decisión de
quitarse la vida, silencio ante la muerte.
En
esa perspectiva, mía por cierto, no puedo calificar a Alan García Pérez como
cobarde o valiente, lo que implica no derivar algo de su suicidio, es decir,
darle la calidad de mártir, héroe, santo, culpable o inocente, ni algo
parecido. Simplemente se suicidó, y de seguro lo hizo consciente que mucho se
hablaría y se seguirá hablando de él. Tampoco debemos hacer apología del
suicidio.
García
Pérez no es Egeo, quienes creen que él se consideraba inocente y por ello se
suicidó, dirán que lo hizo por no soportar la presión de una investigación
fiscal sabiéndose y sintiéndose inocente; quienes creen que él se sabía
culpable y que por ello se suicidó, dirán que lo hizo para evitar la vergüenza
de ser puesto en evidencia luego de haber dicho “quien no la debe no la teme”,
o que “otros se venden pero él no”. En fin.
Alan
García Pérez, así lo registra la historia de nuestra República, hizo su
aparición en la arena política al ser constituyente en 1979, aún bajo la égida
de Víctor Raúl Haya de la Torre, muerto su maestro y fundador del APRA, ésta
quedó divida entre dos de sus figuras notables: Andrés Townsend Ezcurra y
Armando Villanueva del Campo, el primero intelectual de nota y un tanto
conservador, el segundo, de acción y radical, Alan García Pérez apoyó siempre
al segundo y luego se hizo (1983) Secretario General de su partido y de allí,
llegó a la presidencia de la República del Perú (1985 - 1990), antes de ello
fue diputado (1980 - 1985) y luego senador vitalicio (1990 - 1992). Esa
trayectoria política no la hace un cualquiera en nuestro Perú de una democracia
siempre complicada.
Presencié,
de cerca, muchos de sus mítines en el Cuzco y pude ver un político carismático
en todo el sentido de la palabra, un orador de primer orden, un hombre educado
y culto y de memoria notable. Esto, creo, lo reconocen tirios y troyanos. En
ese aspecto él dejó, como se dice, una marca alta, pero no insuperable.
Su
primer gobierno fue un desastre total, la economía del país muy pésimamente
dirigida, la violencia de Sendero Luminoso y el MRTA carcomieron la paz de
nuestro país y no se supo enfrentarla. Todo ello fue considerado un fracaso del
APRA. Su segundo gobierno, según muchos, fue un buen gobierno. Pero, era Alan
García Pérez quien gobernó, pues el APRA, frente a semejante personalidad quedó
relegada a un segundo plano. Alan García Pérez, tanto en su primer gobierno
como en el segundo, fue la figura principal desplazando a todo aquello que no
era él. En resumen, él se habría reivindicado en el arte de gobernar y así lo
insinuó varias veces ¿pero el APRA?
Alan
García Pérez, a raíz de su primer gobierno generó una cantidad considerable de
peruanos que le tuvieron animadversión, aunque no lo suficiente pues fue
elegido por segunda vez Presidente del Perú. Para su partido, el APRA,
representó un líder que lo opacó a tal punto que en medio de su velorio ya se
hablaba de su reorganización ¿qué impedía que la misma se hiciese cuando Alan
García Pérez vivía?
Alan
García ha sido para el Perú, durante su vida política y hasta su muerte y para
su partido hasta después de su muerte un agujero negro político, todo lo atrajo
hacia sí mismo, él podía acuñar una frase lapidaria dejando una estela luego de
pronunciarse (p. ej. “la candidata de los ricos” o “la pareja presidencial”);
para su partido igual, él fue y será, parece que hasta luego de su muerte, un
agujero negro que atrajo hacía sí toda fuerza interior del APRA, a tal punto
que debe asumir, así parece, estar llevándose consigo la existencia de tal
partido que últimamente está más ocupada, a través de sus voceros en limpiar la
imagen de García, antes que ocuparse de su cada vez más lejano renacer.
Alan
García Pérez fue extraordinario en el universo e historia políticas del Perú,
todo un fenómeno, cual el más de los devastadores agujeros negros de nuestro
universo. Atrajo hacía sí, durante un buen tiempo en el Perú simpatías o
antipatías; en el APRA lo atrajo todo hacia sí desde 1983 hasta su muerte este
año y, parece que todo aquello que aún tenga existencia en el APRA será atraído
hacia él, pues cada vez está más lejana la figura de Haya de la Torre como su ideólogo
y doctrinario que es lo único que podría hacer que alguien no sea atraído hacia
lo que fue Alan García Pérez.
Las
recientes generaciones del APRA no vieron a otra persona que no fuese a Alan
García Pérez, desconocen su historia, sus fuentes y orígenes, con lo cual la
esperanza en ellas se irá desvaneciendo, pues talvez la deuda que los apristas
le tienen a su fundador es no haberlo estudiado y superarlo para su continuidad
dialéctica.
Acabo
de releer a Vallejo, a quien siempre vuelvo para no dejar que mi humanidad se
pierda en lo material, él dijo al terminar su “Hallazgo de la vida”, “¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda
mi muerte”. Dejemos a Alan García Pérez, como dicen los apristas, ser polvo
en viaje a las estrellas, dejémoslo morir poniéndolo en su real dimensión y
lugar en la historia del Perú, no hagamos de él un agujero negro que lo siga
atrayendo todo hacía sí.