Voy llegando de a poco a los
sesenta años, a las seis décadas que tras de mí están cual sombra; como una estela
tras el vivir, son varios trescientos sesenta y cinco días, infinitas horas,
minutos y segundos que ya son cuenta regresiva. Rebobino mis recuerdos y allí
está el jardín de la casa de San Andrés y sus dos pisos y sus columnas de
piedra, la casa de la familia Murillo Flores; ahí está la oficina del padre Alipio,
abogado, y también el ruido de los teclados sobre el papel sellado; también veo
a mi madre Elena, mi profesora y su guardapolvo, y sus dedos con polvo de tiza del
colegio del Parque de la Madre, con el que tantas veces acaricio mi cabeza, era
la directora en ese colegio que ya no existe.
Veo como ayer, esos platos de colores para cada hermano, en el inalterable lugar de cada uno al sentarnos a la mesa, en la que siempre había un lugar para alguien más, entrada, sopa, segundo y postre, ¡que tiempos!; veo al Julio, el hermano que faltaba en casa cuando ya había toque de queda y el padre renegaba; veo al Pompo, más conocido como Mario, poniendo discos en la radiola, el rock está en el ambiente a todo volumen, el padre se enojaba, y ahora también está sentado – como antes – en la terraza y leyendo como casi siempre (acepta mis disculpas por la cometa que hiciste y que dejé ir); veo aún a mi hermana Maly, grande ella, al otro lado del tablero de las damas chinas y sus jugadas preconcebidas que ahora ya no recuerda y que sólo por eso, ahora, le puedo ganar; también recuerdo a Ruchi, mi otra primera hermana, llegando tarde al instituto pedagógico que estaba a media cuadra de nuestra casa, felizmente ahora llega en punto cuando muy tarde la llamamos todos; allí también está mi otro hermano, Miguel, con su Honda 125, a la que le hizo cortar el escape. Así, aún están todos en el ámbito de mi memoria y universo de mis recuerdos; gracias a dios aún viven todos los hermanos, pues mis padres ya se fueron o, mejor dicho, se adelantaron.
También recuerdo esas naves, el Polara, el Coronet, el escarabajo de horas, el Corona huayrurito; con claridad recuerdo la compra de una casa de campo en Yucay, y de los viajes llevando de todo para meses de vacaciones; también las casas llenas de familia y amigos; recuerdo escenas, voces, diálogos, circunstancias y anécdotas, tristezas y alegrías; no puedo dejar en el olvido, ahora que los recuerdo, a la Asunta, a la Daniela, al Clemente, al Pancho, al Aurelio y la Guillermina, todos ellos personas que dejaron un poco de su vida en la mía. Gracias porque aún lo recuerdo todo.