viernes, 14 de febrero de 2025

El hombre propone y dios dispone

(cuento)

Llevaban cuatro años de casados, ambos eran profesionales, hicieron bien en posponer la decisión de tener un hijo, se concentraron en la compra del departamento, mediante una hipoteca que proyectaron pagar en quince años, también habían comprado un auto para su comodidad, era un sedán, para viajes y llevar, cuando fuese necesario, las cosas del bebé, pensaron.

Ambos provenían de familias conservadoras que se caracterizaban por su capacidad de planificación, en realidad, acomodadas, lo que hacía necesario tomar las decisiones necesarias para preservar lo conseguido a fuerza de trabajo. El joven matrimonio iba en esa línea, todo estaba planeado.

Se acostaron temprano en su cama king, era un regalo de los padrinos de ella, durmieron plácidamente, pues toda su vida matrimonial, con perspectiva de familia, estaba toda planeada. Se habían prometido apagar sus celulares y cargarlos por la noche, sería una buena práctica conyugal. Por la mañana, cuando ella aún dormía, él tomó su móvil, lo prendió y de pronto leyó la noticia: “El meteorito 2024 YR4 de 40 a 90 metros de ancho, impactará en la tierra en diciembre del año 2032, a una velocidad de 60,000 kilómetros de hora, con una fuerza destructora equivalente a muchas bombas atómicas”; antes de despertarla con la noticia, recordó las películas Impacto profundo y Armagedon, también que había visto a sus sobrinos jugar con unos pequeños animalitos jurásicos de plástico.

-¡Amor!, ¡amor!, le dijo, sacudiéndola para que despierte.

-¿Qué pasa vida?

Ambos leyeron la noticia y buscaron más información en sus celulares, no era fake news, era real, la tierra sería el blanco de un proyectil de viaje interestelar. Se miraron a los ojos, había surgido entre ellos un tema a tratar en su proyecto de vida feliz, su hijo, si deciden tenerlo, tendrá, el 2032, unos seis años.





jueves, 13 de febrero de 2025

Los recuerdos

 

Voy llegando de a poco a los sesenta años, a las seis décadas que tras de mí están cual sombra; como una estela tras el vivir, son varios trescientos sesenta y cinco días, infinitas horas, minutos y segundos que ya son cuenta regresiva. Rebobino mis recuerdos y allí está el jardín de la casa de San Andrés y sus dos pisos y sus columnas de piedra, la casa de la familia Murillo Flores; ahí está la oficina del padre Alipio, abogado, y también el ruido de los teclados sobre el papel sellado; también veo a mi madre Elena, mi profesora y su guardapolvo, y sus dedos con polvo de tiza del colegio del Parque de la Madre, con el que tantas veces acaricio mi cabeza, era la directora en ese colegio que ya no existe.

Veo como ayer, esos platos de colores para cada hermano, en el inalterable lugar de cada uno al sentarnos a la mesa, en la que siempre había un lugar para alguien más, entrada, sopa, segundo y postre, ¡que tiempos!; veo al Julio, el hermano que faltaba en casa cuando ya había toque de queda y el padre renegaba; veo al Pompo, más conocido como Mario, poniendo discos en la radiola, el rock está en el ambiente a todo volumen, el padre se enojaba, y ahora también está sentado – como antes – en la terraza y leyendo como casi siempre (acepta mis disculpas por la cometa que hiciste y que dejé ir); veo aún a mi hermana Maly, grande ella, al otro lado del tablero de las damas chinas y sus jugadas preconcebidas que ahora ya no recuerda y que sólo por eso, ahora, le puedo ganar; también recuerdo a Ruchi, mi otra primera hermana, llegando tarde al instituto pedagógico que estaba a media cuadra de nuestra casa, felizmente ahora llega en punto cuando muy tarde la llamamos todos; allí también está mi otro hermano, Miguel, con su Honda 125, a la que le hizo cortar el escape. Así, aún están todos en el ámbito de mi memoria y universo de mis recuerdos; gracias a dios aún viven todos los hermanos, pues mis padres ya se fueron o, mejor dicho, se adelantaron.


También recuerdo esas naves, el Polara, el Coronet, el escarabajo de horas, el Corona huayrurito; con claridad recuerdo la compra de una casa de campo en Yucay, y de los viajes llevando de todo para meses de vacaciones; también las casas llenas de familia y amigos; recuerdo escenas, voces, diálogos, circunstancias y anécdotas, tristezas y alegrías; no puedo dejar en el olvido, ahora que los recuerdo, a la Asunta, a la Daniela, al Clemente, al Pancho, al Aurelio y la Guillermina, todos ellos personas que dejaron un poco de su vida en la mía. Gracias porque aún lo recuerdo todo.